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  PREMIO LASKER

 


En 1951, el Premio Lasker fue conferido a Alcohólicos Anónimos. Parte de la citación decía:

“La Asociación Norteamericana de Salud Pública presenta el Premio del Grupo Lasker de 1951 a Alcohólicos Anónimos, en reconocimiento de su enfoque único y sumamente acertado de ese antiguo problema de salud y problema social, el alcoholismo ... Al recalcar el hecho de que el alcoholismo es una enfermedad, el estigma social que acompañaba a esta condición está desapareciendo ... Posiblemente, algún día los historiadores reconocerán que Alcohólicos Anónimos ha sido una aventura pionera en su campo, que ha forjado un nuevo instrumento para el progreso social, una nueva terapia basada en la afinidad entre los que tienen un sufrimiento en común, y que dispone de un potencial enorme para la solución de las innumerables enfermedades de la humanidad.”

 


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La amistad
 

Esa quimera


 



En los inicios de nuestra época de bebedores compulsivos, tuvimos siempre la sensación de que el alcohol era perfecto disolvente de nuestros temores, inseguridades, complejos, frustraciones, etc., y que podíamos relacionarnos con desparpajo, agilidad, franqueza, que siempre deseamos. La progresión de la enfermedad vino en muchas ocasiones a demostrarnos cuán equivocados estuvimos, la cruda moral, los sentimientos de culpa, los temores, la asechanza, que precedieron la noche de nuestra euforia, contrastaban y echaban por tierra, esa pasajera ilusión de alegría y de ser gente social. Poco podían progresar los intentos de hacer amigos y de lograr una posición consistente en esta área. Como muchos otros departamentos de nuestra vida, los temores impedían una relación auténtica, por un lado nuestro deseo de manipular, nuestra brutal exigencia de complacencia, por otro nuestra predisposición y desconfianza a convertirnos en víctimas, hacían imposible todo intento de relación auténtica, empañaban nuestras buenas intenciones, mataban nuestra buena voluntad y frustraban nuestros débiles impulsos de solidificar un vínculo sano y fuerte. O bien, nos entregábamos ciegamente, pero buscando apoyo y protección, o bien atrás de una aparente cordialidad, sufríamos el profundo rechazo hacia los demás, originando nuestros temores, o tomábamos el papel de protectores para dictar nuestras caprichosas órdenes y ser “protectores generosos” de nuestro pequeño mundo.


Quienes siempre vivimos actuando, no podíamos aceptar nuestro fracaso en el escenario de la vida, como actores, siempre olvidábamos nuestro papel y para colmo, sentimos el flagelo de nuestra conciencia, llegando a despreciarnos y a culpar al mundo de nuestra incapacidad para lograr una verdadera relación.


En el seno de nuestros grupos, el tema fue abordado con franqueza, y así conocimos nuestra verdad, “ESTERILIDAD POR EGOÍSMO”, fue el diagnóstico de nuestros compañeros, el principio de una leve esperanza de poder cambiar, la conciencia de que, como en muchas otras cosas, nuestra militancia constituía la última oportunidad de adaptación. Como todo cambio en nuestro programa es lento, doloroso y en algunas ocasiones, muy engañoso. Cuando más auténticos creímos ser, descubrimos que nuestro estado emocional nos había puesto una nueva trampa, que a los grandes aspavientos de fidelidad, puede venir una graciosa huida, que a las tiernas manifestaciones de agradecimiento, puede suceder un resentimiento.


Asimismo, hubimos de detectar nuestra volubilidad, esos cambios continuos de nuestro mundo afectivo, que nos hacen estimar hoy, para resentirnos mañana. Efectivamente, el enfermo alcohólico es por naturaleza una gente hipersensible, con fuertes tendencias a dolerse del más mínimo comentario, actitud, omisión; ésa es en definitiva, la más
evidente muestra de debilidad, aunque justo es reconocer, que es también una característica, en la que se trasluce nuestra necesidad espiritual, pero de todas formas, esto nos hace inconstantes en nuestros afectos, prontos siempre a resentirnos con cualquier persona, con la que tratamos de relacionarnos, entre más es nuestra aparente entrega, mayor es el resentimiento, porque mayor es la exigencia que hacemos de los demás. Es innegable, que este es un rasgo netamente infantil de preadolescencia, y así nuestra fidelidad está sujeta a una caprichosa manera de ser. El problema de nuestra inconstancia es el sufrimiento que implica, aunque es alivianador el hecho, de que la mayor parte de estas actitudes, las justificamos de la mejor manera posible, y como toda actuación, encontramos en otros la culpa de nuestros cambios afectivos.


El peligro está en que, si permitimos la persistencia de esta actitud, es probable y ha sido comprobado en muchas ocasiones en nuestros grupos, que el resentimiento que comienza por un compañero con cualquier pretexto fútil, porque nos sentimos terapeados, porque nos dio un pequeño balacito, porque aludió a nuestra persona de alguna manera, etc., puede convertirse en un resentimiento sufrimiento e ir envenenando todo nuestro ser; la amarga sensación de este resentimiento, provocará la injuria, a esta seguirá el temor, y por último la desintegración.


Aun cuando la situación anterior no sea una generalidad, es importante concientizar, que la única manera de lograr permanencia en nuestros afectos, parte del conocimiento de nuestra propia naturaleza, de la aceptación consciente de nuestros defectos de carácter y de nuestras reacciones enfermizas, teniendo esto presente, podremos aceptar los defectos de otros seres humanos. Al descubrir nuestra necesidad de afecto, agradecemos el poder contar con alguien que nos dé estimación, sólo así nuestra soledad será trascendida, nuestros afectos serán duraderos y hasta permanentes. Como todo, podremos caminar más fácilmente por una senda de amistad que por otra de resentimiento. LA ADULTEZ COMO LA SOBRIEDAD ES CLARA Y TRANSPARENTE, CONFORMÉMONOS CON ESTAR EN EL CAMINO Y ACEPTEMOS QUE POR HOY, LO NECESARIO ES IGUAL A LO SUFICIENTE.


Respeto y amor


Esa confusión


Nada hay que nos haya perturbado tanto, que nos haya causado más disturbios emocionales que el tomar conciencia de nuestra absoluta incapacidad para poder amar. La confrontación de esta cruel verdad hizo, que se rebelaran todos nuestros instintos. Como toda verdad nos aterró y caló lo más profundo de nuestra conciencia, por fin descubrimos, o éramos descubiertos del brutal autoengaño sobre el que fincamos nuestras relaciones interpersonales. Al disiparse los humos del alcohol, que hiciera nebulosa nuestra vida durante toda nuestra actividad alcohólica, encontramos que una serie de acontecimientos importantes para cualquier ser humano, se habían sucedido sin que tomáramos conciencia de ello. Algunos habíamos formado un hogar, éramos padres de familia, y siempre quisimos creer que éramos los mejores compañeros y los mejores padres. La realidad era muy otra, llegamos resentidos con nuestros seres queridos, porque exigimos de ellos comprensión, fidelidad, sumisión, complacencia, pero fuimos incapaces de darles algo, dado que, como seres humanos, teníamos bastante poco que dar, nuestro brutal egoísmo nos hacía exigentes, vivir a la defensiva, eternamente atemorizados de todo lo que pudiera significar peligro para nuestra precaria sensación de seguridad, fincada en ilusiones e irrealidades.


Pero ya estábamos en ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, podíamos ser pilares de nuestros hogares, vana ilusión, para aquellos, que al ir desapareciendo la bruma adormecedora del alcohol, emergían las emociones, los temores al rojo vivo, y la neurosis a plenitud fustigaba nuestra mente, al grado de la locura.


A pesar de ello, imbuidos de todas las grabaciones del mundo de “afuera”, nos sentíamos con el deber de “ser padres”, de corregir las fallas de nuestros pequeños, y de hacerlos, porque no, como nosotros hubiéramos querido ser, curar en ellos nuestra eterna frustración, y generalmente encadenar a ésta la de no poder hacer a nuestros hijos como hubiéramos querido. ¿Cómo es posible, que alguien, que nunca supo gobernar su vida, pudiera gobernar la vida de otro ser humano? ¿Cómo es posible, que un ser tan defectuoso como un enfermo alcohólico, de la noche a la mañana pudiera convertirse en el ejemplo a seguir? Algo a lo que siempre aspiramos, y que nunca pudimos lograr.


La ubicación en esas primeras 24 horas vino pronto, se nos hizo conciencia de nuestra locura, del inmenso daño que podíamos causar debido a nuestra enfermedad, a nuestra tendencia a manipular, a disfrazar de buenas intenciones nuestros ocultos deseos de obtener un triunfo vindicativo en la persona de nuestros compañeros o nuestros hijos, y por primera vez escuchamos la palabra respeto como sinónimo de amor; no podíamos seguir siendo directores de orquesta, dioses de nuestro universo; pero en ese momento nos llenamos de temores. ¿Quién iba a cuidar de nuestros polluelos, si siempre dudamos de la capacidad y habilidad de nuestro socio o socia, dado ese sentimiento de superioridad, con el que pretendimos ocultar nuestro complejo de inferioridad? La fe tuvo que suplantar nuestros temores, y las 24 horas subsecuentes (años tal vez) dieron la razón a nuestros compañeros.
Nuestros hijos pequeños, se convirtieron en adolescentes, nuestros adolescentes en mayores, y el respeto a su vida nos dio óptimos resultados.


Para aquellos, que sufrieron nuestro alcoholismo, en la mayor parte de los casos, se restañaron las heridas, fuimos liberados de nuestros sentimientos de culpabilidad, adquirimos la suficiente adultez para no dejarnos chantajear por aquellos que esgrimiendo su papel de víctimas, pretendían ser nuestros victimarios, el término de la hipoteca que nuestros compañeros o compañeras en el hogar, pretendieron usufructuar, nuestros familiares tenían que crecer o sufrir nuestro crecimiento; pero en el enfermo alcohólico ya no había conmiseración.


Aquellos hijos, que no vivieron nuestro alcoholismo, y que encontraron un ambiente razonablemente sano, los más crecen con sentimientos de amor y de respeto, otros víctimas de su propia enfermedad (alcohólicos o no), desafiantes que pretendieron agandallarse de nuestra buena voluntad, tuvieron que entender que EL RESPETO EXIGÍA RESPETO, Y QUE EL VERDADERO AMOR NO ESTÁ EN EL APAPACHO, SINO EN EL DIÁLOGO FUERTE DE LA VERDAD. El camino es largo y estamos acostumbrados a vivir de la prueba y del error; gracias a Dios, no somos una sociedad virtuosa, sino defectuosa, no somos hombres y mujeres perfectos, sino defectuosos, no podemos hablar con un lenguaje de prepotencia, sino de humildad, de fuerza, sino de debilidad, no podemos ser jueces de ningún ser humano, mucho menos de nosotros mismos.


En el camino de la sobriedad, solamente ÉL es nuestro juez, ÉL cuidará que todo esté bien, aquí y en el más allá.


Cuarto y quinto paso, y después...?

Primera parte


La mayor parte de nuestros sufrimientos fueron ocasionados por el descoyuntamiento de nuestros instintos, al grado de defectos de carácter. Llegamos a ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS con la conciencia nublada, en relación a nuestra manera de ser; el escuchar continuamente el historial y la catarsis de nuestros compañeros, nos fue motivando a abordar en la tribuna nuestro propio historial; al principio la crueldad del autoengaño, llevado en algunos casos al extremo de la mitomanía, nos impedía descubrir nuestro sufrimiento. El alcohólico vive anécdotas, una tendencia al cuento inigualada, en medio de su ficción agravada por esa tendencia, de no querer y no poder, enfrentarse con su verdad, esa brutal negación de su propia persona, que nos hacía deformar la visión de su realidad, se va manifestando en la tribuna. Sin embargo, poco a poco se va descubriendo algo semejante a la realidad, comienza a aflorar el sufrimiento de la vida ingobernable.


Muchos nos estancamos morbosamente en los actos bochornosos, fundamentalmente sexuales, pretendiendo con esto, demostrar un mayor grado de honestidad; esta etapa no es sino el periodo prenatal, aquel en que apenas se está gestando el principio de una muy mediana honestidad, salvo el caso de enfermedades muy avanzadas, se logra salir de este estanco, para avanzar poco a poco el largo camino de nuestro historial alcohólico. Afloraron así los resentimientos, las frustraciones, y en muchas ocasiones volvimos a sentir, que éramos víctimas de los demás; esto nublaba nuestra capacidad de autoanálisis. La ayuda de los compañeros en ambos baches, es no nada más necesaria, sino indispensable. Otro factor negativo es el impulso a analizar a los demás, para esconder lo nuestro.


Esta inclinación se presentará una y otra vez, es la amenaza más seria a nuestra balbuceante honestidad y obstruye el florecimiento del valor mínimo necesario, para enfrentarnos con nosotros mismos, aún sin trascender esta mamoma e irracional morbosidad, el padrino y los compañeros, comienzan a advertirnos de la necesidad de iniciar nuestro Cuarto Paso; generalmente, esto acontece a los 6 meses en adelante. Existen una serie de experiencias, de métodos y maneras, para hacer el inventario de nuestra vida. Al parecer, la más operante y completa, es hacer una relación de nuestro historial concientizado a la fecha de elaborar nuestro Cuarto Paso. Esto nos ayudará a ir detectando nuestros instintos más descoyuntados.
AVARICIA


La mayor parte de los enfermos alcohólicos necesitamos dinero, para nuestras borracheras, para curar nuestras crudas, para curarnos de nuestro sentimiento de culpabilidad, para cuando todavía era posible, disfrazar nuestro triste aspecto y pésimo olores con ropita buena, lociones caras, para satisfacer las exigencias de nuestros seres queridos, y lograr su admiración y agradecimiento, su complicidad, su alcahuetería y la justificación a nuestra manera irracional de beber y a los actos que ésta nos hacía cometer. Independientemente de eso hubimos, quienes DEPENDIMOS BRUTALMENTE DEL DESEO Y LA NECESIDAD DE SATISFACER NUESTROS REQUERIMIENTOS DE UNA ABSOLUTA SEGURIDAD ECONÓMICA, buscamos en ello, revalidar nuestras carencias, ser aceptados por los demás; buscamos el respeto que como seres humanos no pudimos lograr, en algunas ocasiones la ilusión revanchista de vengarnos de viejas humillaciones, en fin, que buscamos los bienes materiales para lograr tranquilidad, para esconder nuestros temores al pasado y al futuro, nos angustiamos por la pérdida de nuestros bienes materiales y nos frustramos, cuando no pudimos obtenerlos. Todas las emociones derivadas y producidas por estas situaciones, nos orillaban a beber. Indudablemente que estamos hablando de la AVARICIA. Buscar con verdadera ansiedad medios materiales, anteponiendo todo a lograrlos, inclusive
haciendo a un lado escrúpulos de toda índole, en algunas ocasiones al grado de poner en peligro nuestra vida y libertad.


LUJURIA


Para muchos, aún antes de hacer contacto con el alcohol, algunos desde la edad infantil, éramos atosigados por pensamientos eróticos de toda índole, que nos perturbaron física y mentalmente. Estas inquietudes que nos persiguieron a nivel de la locura, se acentuaron más en el periodo adolescente. Para muchos, la necesidad de satisfacción del deseo sexual, se agudizó en la bebetoria, fue elemento compensatorio de nuestras inseguridad, afán de obtener prestigio, y de esconder complejos de inferioridad, intento de trascender la timidez, impulso para afirmarnos en nuestro sexo, o simple y sencillamente, síntomas de nuestro desequilibrio mental. CUANDO ESTE IMPULSO ES TOTALMENTE IRREFRENABLE, QUE NOS OBLIGA A DESEAR LA SATISFACCIÓN EN TODO MOMENTO Y A TODA HORA, INCLUSIVE MÁS ALLÁ DE NUESTRA CAPACIDAD FÍSICA, ES POSIBLE, QUE ESTEMOS HABLANDO DE UN LUJURIOSO. Al principio de nuestra recuperación e inicio del trabajo del Cuarto Paso, todos creemos tener este defecto, de nuestra experiencia podemos aseverar, que de un millar de alcohólicos, tal vez uno sea efectivamente lujurioso, y esto no es más que un síntoma claro de una muy seria perturbación mental.


ENVIDIA


La amarga sensación de sentir el deseo de poseer lo que otros tienen, y molestarnos o ser afectados por ello, provocando en algunos casos comentarios negativos o francamente injuriosos, es síntoma de nuestra envidia, que como todo defecto de carácter, es la más estúpida de las manifestaciones egocéntricas que engendra resentimiento, amargura y odio.


INJURIA


Nuestra descompensación nos hace sentir infelices, cuando otros han logrado aquello, que deseamos o que creemos merecer; nos hemos sentido infelices cuando sentimos que alguien posee los atributos, de los que nosotros creemos carecer, más aún, cuando el reconocimiento de esta situación nos es comentada por aquellos, en quienes nosotros desearíamos despertar admiración real o ficciosa, alabanza, reconocimiento, etc; el resentimiento, esa sensación amarga, que invade todo nuestro ser, cuando de alguna manera nos sentimos heridos, en muchas de las ocasiones por motivos verdaderamente niños e infantiles, porque no se nos saludó; porque se nos llevó la contraria, porque no se satisfacieron nuestros deseos, porque hubo algún comentario mordaz en torno a nuestros defectos, que empañó el buen concepto que creímos despertar en los demás; cuando nuestra verdad es descubierta y nos es expresada de manera directa, cuando sentimos rechazo, humillación, etc. y como consecuencia de todo esto, sentimos la necesidad de tomar venganza, de minimizar la personalidad del causante de nuestro malestar, con comentarios, tratando de negar mérito, resaltar defectos, calumniar, difamar, caemos en la INJURIA.

En este defecto en el mundo de lo oscuro, el más cobarde y el más morboso, nos lastima, y nos daña hasta la náusea, la reacción emocional siempre frustrante, siempre amarga, nos hace desestimarnos , devaluarnos ante nuestros propios ojos y es obviamente motivo para emborracharnos.


Siempre encontraremos, que un defecto se entrelaza con el otro, por eso, la envidia y la injuria en mayor grado se encuentran ligados, se complementan entre sí, son de la
misma naturaleza, tienen sus mismos orígenes e iguales consecuencias, tienen parentesco con la avaricia.


SOBERBIA


El más sutil, más dañino, más común y el que pudiéramos llamar el defecto de las mil máscaras, lo es la SOBERBIA. Ese desbordamiento egocéntrico de sobreestimación y sobreevaluación, que nos hace cargar con ese calificativo, tan matemáticamente hecho para nuestra personalidad “AMPULOSOS Y PUERILES”, o ese símil con el pavo real, que tiene las asentaderas pelonas. Sutileza y crueldad son los entornos de este defecto de carácter, que es la manifestación más plena de debilidad, el obstáculo más serio en nuestras relaciones humanas, que embota nuestros sentidos, nubla nuestra inteligencia y ahora cualquier manifestación espiritual.


Sufrimos, porque no recibimos el reconocimiento que creemos merecer; somos incapaces de sentir agradecimiento, porque creemos merecerlo todo, exigimos a los demás la complacencia de nuestros más pueriles deseos y nos resentimos al no lograrlo; de manera infantil, hacemos mohínes feminoides, cuando alguien omitió saludarnos o no nos dio la importancia que creemos merecer, hacemos alharaca como gallinas cluecas, del más modesto de nuestros servicios, de nuestras atenciones o de trivialidades, a las que queremos darle importancia exagerada, nos regocijamos cuando descubrimos la posibilidad de vender nuestros favores a algún otro ser humano y resaltamos hasta lo ridículo, nuestra aparente generosidad, sagacidad, inteligencia, etc.; nos llenamos de importancia con cualquier detalle, del que pretendemos ser autores, aspirando a lograr admiración y gratitud; incapaces de tener, ya no un gesto de humildad sino de atención y comedimiento, factores elementales en la vida de relaciones de cualquier ser humano, nos encerramos en el férreo armazón de nuestro egoísmo, buscando mil justificaciones a nuestra inseguridad, timidez y complejo de inferioridad; bajo el disfraz de dignidad, escondemos nuestra incapacidad para solicitar ayuda, confundiendo como virtud, esgrimimos nuestro orgullo, como aquel que enseña sus llagas como síntoma de valor. No es raro inclusive, que en nuestro proceso de recuperación, adoptemos este defecto como sinónimo de fortaleza y reciedumbre.


EN NUESTRA RECUPERACIÓN NO PUEDE HABER UN RASGO MÍNIMO DE HUMILDAD, MIENTRAS NO HAYA CONCIENCIA, ES DECIR, QUE NUESTRA SOBERBIA, LA MÁXIMA EXPRESIÓN DE EGOCENTRISMO, NO ES MÁS QUE MANIFESTACIÓN DE INCONCIENCIA Y CONSECUENTEMENTE LA ECUACIÓN: MAYOR SOBERBIA, MAYOR INCONCIENCIA; es matemáticamente perfecta, es decir, ENTRE MÁS IDIOTA, MÁS SOBERBIO. Por cierto, que uno de los disfraces de nuestra soberbia, es una aparente cuanto ridícula fachada de seriedad, atrás de ella está esa traumática sensación de estar frenados, paralizados, imposibilitados, siquiera a saludar, eso que en el mundo de afuera se conoce como “pena”, y que los caricaturistas la objetivizan en una indita, sonrojada y mordiéndose el rebozo.


Esta realidad está siempre en todas las fachadas, por serias que parezcan. Qué difícil es para el alcohólico tener el más elemental rasgo de humildad, por lo que creemos firmemente, que solamente la conciencia de nuestro sufrimiento nos hace admitir la ayuda para salvar la vida. El resto es disposición nuestra y ayuda del PATRÓN.


PEREZA


El afán de escaparse, la falta de valor para encarar las más elementales responsabilidades, la falta de voluntad, “hálito de vida”, para accionar en los departamentos de nuestra vida, el desencanto e indiferencia frente a todo movimiento, esa sensación depresiva o morbosamente placentera, que estatiza la voluntad, esa paralización de sentidos e inteligencia, esa negación a vivir, ese miedo encubierto a la realidad, ESA HIPERTROFIA DEL ESPÍRITU, QUE NOS IMPIDE MOVERNOS, REALIZAR EL MÍNIMO ESFUERZO, ES LA PEREZA.


De acuerdo a nuestra experiencia, no creemos, que este defecto llegue a extremos de los descritos. Cada quien en ellos, encontrará su ubicación, lo cierto es que cuando se descubre nuestra inutilidad, la frustración nos lleva al autodesprecio, la paralización de sentido y voluntad no nos permite el más elemental de los movimientos y a esto puede venir la borrachera.


RESENTIMIENTOS


En el curso de nuestra vida, dad nuestra hipersensibilidad, cargamos todo tipo de resentimientos, unos profundos y otros de menor grado, todos nos llenaron de amargura e infelicidad. Nos resentimos con nuestros familiares, con nuestros amigos, con nuestros compañeros de trabajo, con Dios, con el mundo. Vivimos la frustración de no haber sido como hubiéramos querido ser, en nuestra militancia fuimos tomando conciencia de esta aberrante y torcida manera de reaccionar. Nuestra lista empezó con nuestros padres, esposa o esposo, hijos, a todos los que la memoria alcanzó, hermanos, porque nacieron antes que nosotros, porque nacieron después, padres, porque nos consintieron demasiado, porque nos rechazaron, porque nos corrigieron con demasiado rigor, porque fueron indiferentes, etc., etc., compañera o compañero, porque creímos merecer algo mejor, porque en muchas ocasiones no se sometieron a nuestros caprichos, ni exigencias irracionales, porque nos frustramos en lo que creímos debería ser nuestra unión con ellos, etc., con nuestros amigos, porque “nos traicionaron”, porque nos abandonaron, porque no nos comprendieron, porque se cansaron de ser manipulados, porque pretendimos humillarlos, porque nos humillaron, porque ofendieron nuestra “dignidad”, porque fueron en contra de nuestros deseos, porque amenazaron nuestra inseguridad, etc.


DEPENDENCIAS


Nuestra manera anormal de relacionarnos, nos hizo depender, buscando protección o pretendiendo sumisión (ya se han tratado nuestras dependencias en otras ocasiones); detectar resentimientos y dependencias, es parte de nuestro inventario moral.


QUINTO PASO


Reconocer ante Dios, la naturaleza exacta de nuestras fallas, es el enunciado del Quinto Paso.
Antes de existir los GRUPOS 24 HORAS DE ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, se pensaba que lo “inconfesable” estaba íntimamente relacionado con nuestra vida sexual y que la confesión de esta fallas a nivel tribuna, podía afectar a los compañeros nuevos.
La terapia de los GRUPOS 24 HORAS, la mayor disposición de tiempo para poderse sanear, dio extensión y flexibilidad y consecuentemente mayor tolerancia y mayor amplitud a la catarsis, desapareciendo muchos de los tabús de los llamados temas intocados, y como consecuencia de esto, la oportunidad de que afloraran a nivel consciente, muchos pensamientos que perturbaron seriamente nuestra salud mental, deseos reprimidos, que engendraron sentimientos de culpa y autodesprecio. De la misma manera, se dio amplitud al Quinto Paso, acto de saneamiento, en donde escudriñamos todos los rincones de la conciencia, vaciamos nuestro Cuarto Paso en comunicación oral, para lograr la completa realización del Quinto Paso.


Cuando realizamos nuestro Cuarto y Quinto Paso, tenemos la sensación de haber agotado nuestro historial, de haber obtenido un óptimo grado de honestidad, de haber trascendido por el solo hecho de mencionarlos, nuestros defectos, resentimientos y
dependencias, sin embargo, esto no es más que el inicio del principio, falta mucho por concientizar, para después intentar conocer y aplicarnos algo del programa de ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS. Todavía a estos niveles, estamos en el autoengaño, la inconciencia, apenas empezando a conocer algo de nuestra enfermedad.


Segunda parte


Es probable que después de la realización del Quinto Paso, sintamos y disfrutemos de una agradable sensación de paz, para otros es como si hubieran aprobado año, para los competidores, como si fueran avanzando más que los demás. Tal vez, este indudable avance en nuestra recuperación, nos dé mayor seguridad en la tribuna, comencemos a tomarnos en serio como terapeutas, y un poco, sentir la sensación de que somos de los “grandes”, de los de vivencia, que ya se nos toma en cuenta o que ya se nos debe de tomar en cuenta. Esta nueva nube rosa o prolongación de la primera, podrá durar meses y en algunas ocasiones años, lo real es que contamos con una herramienta elemental para nuestro bienestar. Ya sabemos, cual es el origen y la naturaleza exacta de nuestras fallas, sin embargo existe desconcierto mental y emocional de confundir fines y medios, esa exigencia irracional, base de nuestra neurosis, de obtener seguridad en todas nuestras áreas, comenzaremos a objetivizarla.


Limar los defectos es: trabajo de tribuna, catarsis, expulsión de nuestro malestar, originado por nuestro defecto, trabajo de la frustración por no haber satisfecho nuestro instinto descoyuntado, trabajo del temor y de la angustia, por no haber obtenido la realización de nuestras exigencias de seguridad, objetivos económicos, objetivos de poder, satisfacción a nuestro sentimiento de importancia a nuestra necesidad a que todos se plieguen a nuestra voluntad y capricho, los lujuriosos confundidos trabajarán la timidez como obstáculo para satisfacer sus exigencias de placer y afecto del sexo opuesto, los dependientes encontrarán en su dependencia la culpa de su sufrimiento, y tratarán de justificar ante él y ante todos su carácter de víctima, reavivarán en muchas ocasiones resentimientos profundos, en fin, que vamos avanzando en un mar de confusiones.


En este proceso hemos tomado contacto intelectual con la “derrota”, y es muy posible, que a la indiferencia egoísta, que al temor solapado, le llamemos derrota, seguimos evadiendo la realidad, la confrontación con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.


El confrontarnos, es en la mayoría de los casos motivo de una de las crisis más fuertes de nuestro proceso de recuperación. De repente, sentimos como si nos hubieran arrancado la piel, como si estuviéramos más desprotegidos y desvalidos que antes. el temor, nuestro viejo conocido, más fuerte y más grande que antes, nos invade y nos domina. El egocentrismo, esa armazón que nos brindaba aparente protección, ha sufrido las primeras abolladuras, la confusión mental en este periodo suele ser terrible, es natural que pensemos que nos encontrábamos mejor en la actividad alcohólica. Estamos experimentando lo que es real y verdaderamente la primera derrota en nuestra recuperación, la más importante, la derrota frente al alcohol y estamos tomando conciencia de que nuestra vida había llegado a ser ingobernable, estamos frente a nuestra locura.


En el límite de la desesperanza surge la esperanza, la posibilidad de trascendernos, el deseo del cambio, estamos rindiendo armas en la defensa de nuestra enfermedad, estamos dispuestos a dejar de ser los reyes del universo, estamos en plena disposición de poner nuestra vida y nuestra voluntad al cuidado de DIOS.


Muchos habremos encontrado en esta primera crisis el secreto de no sufrir, y la derrota será una práctica frecuente, efectivamente siempre que podamos concientizar que nuestro sufrimiento es producto de la rebeldía, estaremos dispuestos a ponernos en
punto muerto, en cualquiera de nuestras áreas, en donde se manifieste el sufrimiento. Al cabo del tiempo, tal vez lleguemos a la conclusión de que lo importante no es el logro de nuestros objetivos, sino el carácter, fortaleza, buena voluntad, que despleguemos en nuestro diario vivir, que lo demás “vendrá por añadidura”, lo importante es estar bien, en paz con nosotros mismos, estar en DIOS.


Sin embargo, hemos podido comprobar, que la conciencia de nuestra realidad es frecuentemente empañada por la “maleza neurótica”, las exigencias angustiosas de nuestra mente egocéntrica, de nuestros instintos descoyuntados y sobre todo, ese impulso irrefrenable, sutil, indetectable, a caer en el autoengaño, o sencillamente a olvidar la experiencia de la crisis, evitará que capitalicemos en todo, su beneficio emocional y básicamente espiritual, esta primera experiencia de sufrimiento al extremo de la locura. Volveremos a aflorar nuestra militancia, a pensar que “no es para tanto”, a sentir que estamos menos dañados que los demás, y que nos la podemos llevar, según la frase usual de este gremio, “más tranquila”, estaremos a la defensiva, abierta o solapadamente, contra todo lo que significa cambio, contra todo lo que ponga en peligro nuestra aparente seguridad y confort, nos negaremos toda posibilidad de crecer, de experimentar y de vivir otras experiencias, máxime, si ellas pudieran implicar un obstáculo en la satisfacción de nuestros deseos.


De esta manera, a periodos cortos de una tranquilidad aparente, volverá a manifestarse la angustia, el miedo a la existencia, la sensación de desamparo, la conciencia de nuestra devastadora debilidad, la descompensación frente a los demás, aflorarán los síntomas de nuestra personalidad enferma, timidez, complejo de inferioridad, disfrazado de un ridículo sentimiento de superioridad, de vez en vez tal vez detectemos nuestra tendencia a la desintegración, la defensa de nuestra enanez, será más palpable, se acrecentará el desinterés y la indiferencia hacia los movimientos e inquietudes de nuestra conciencia grupal, nos llenaremos de requerimientos y exigencias de nuestro mundo egoísta, volveremos a desear el triunfo, cayendo de continuo en la frustración, pero tratando de cubrirnos, evadiendo el latigazo y rebeldía de esa pequeña conciencia, que de alguna manera nuestros compañeros han logrado limpiar, este latigazo provocará resentimientos, aun cuando nadie nos pele, nos sentiremos agredidos con cada compañero que, arriba o abajo de la tribuna, toque nuestra parte sensible, el área de sufrimiento que estamos defendiendo. En otras ocasiones, trataremos de huir de nuestro grupo, buscando caminos más fáciles, buscaremos como siempre, evadir la luz tenderemos a buscar las sombras, la penumbra, la oscuridad, el mundo de la mediocridad y de la miseria; así surgirá la injuria a nuestros compañeros de militancia, grito de impotencia y amargura, que nace de la entraña del estéril, actitud morbosa de autocastigo, que produce la amargura que va disminuyendo nuestra escasa fortaleza y autoconfianza, para caer en ocasiones en el menosprecio, en la conmiseración y abrir la puerta a esa corrosiva y destructiva actitud de odio y negatividad, la fe se va extinguiendo, el afecto toca su fin, la vida espiritual se marchita y el alcohólico “degenera y muere”.


¿Qué pasa con aquellos compañeros que sostienen en algunas ocasiones con duda y en otras con incredulidad, y en otras con egocentrismo, que jamás han padecido estos tiempos de crisis? Nada más difícil, que dar un punto de vista exacto o siquiera aproximado para contestar esta interrogante; sin embargo, es posible que se trate de compañeros, unos que viajan en la superficie del programa, cuya militancia no ha sido aún lo suficientemente profunda, como para revelar los estados de conciencia, otros, porque no han tenido la oportunidad de enfrentarse a sus áreas fallas, en algunas ocasiones cubriendo esa deficiencia con el conocimiento intelectual del programa, otros más (que son los menos), y esta afirmación, lejos de ser bondadosa, es temeraria y peligrosa, porque llegaron menos dañados que los demás.


Definitivamente, el descubrir nuestra debilidad, revela los instintos y descoyunta el temor, el descubrir nuestra inutilidad, tambalea nuestra aparente seguridad y generamos temor, el detectar y descubrir nuestra dependencia, genera rebeldía, inseguridad y miedo, el descubrir nuestra incapacidad para dar afecto, nos genera menosprecio, angustia, etc., en fin, al ir haciendo luz en nuestros escondrijos internos, encontraremos siempre lo desagradable de nosotros, de darnos cuenta de nuestra envidia, de nuestra injuria, de nuestra vaciedad, de nuestra mediocridad, de los farsantes que hemos sido, de la mentira de nuestra existencia, de los supuestos falsos por los que hemos caminado, nos genera angustia, menosprecio, autodesprecio, etc., o sea, que esta verdad implica sufrimiento. Al develarla, entramos en crisis, podemos tener oportunidad de crecer, anhelar el cambio, que nos proporciona auténtica seguridad, tratar de ser adultos, para dejar de ser niños asustados, esto produce sufrimiento.

Durante muchas 24 horas, cínicamente negamos nuestra realidad cuando la tuvimos consciente, pretendimos permutarla convirtiendo en virtudes nuestros defectos, borrarla del nivel consciente, para evitar el lacerante dolor del autodesprecio. En ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS tendremos que enfrentarnos con nuestra verdad, si hemos aceptado de corazón adentro nuestra enfermedad, sabremos que no somos culpables. Este elemental rasgo de humildad vendrá a diluir nuestro sufrimiento y será el principio de nuestra fe, de nuestra fuerza, de nuestra alegría, de una vida llena de contentamiento, de valor, de una vida plena, precedida siempre por la voluntad de DIOS.


Terapia y buena voluntad


Una de las cosas que más ha prestigiado nuestro movimiento, es el tipo de terapia que desde su nacimiento en el GRUPO 24 HORAS CONDESA se ha venido practicando, y frente a la injuria, la maledicencia, los resentimientos, las interpretaciones torcidas, toda esa gama de actitudes negativas son características de los estériles e impotentes. La elocuencia de los hechos, el número de enfermos que ha salvado la vida en nuestras entidades terapéuticas, es la respuesta definitiva a nuestros detractores.


Está fuera de duda pues, la eficacia de nuestros sistemas terapéuticos, sin embargo, “lo óptimo es enemigo de lo mejor”, y en ese afán, vale la pena cuestionarnos sobre que tanta buena voluntad hay en nuestras intervenciones tribunicias, y que grado de aportación estamos haciendo a nuestra propia recuperación, y de que manera contribuimos al proceso de madurez de nuestra conciencia grupal.


Hemos sostenido que la injuria a ciegas no sirve a nadie ni contribuye a nada, es, para ser exactos, una descarga frustrante, hueca, que no ayuda ni siquiera a desahogar nuestras emociones, un insulto cobarde y artero, sin más objetivo que el deseo de quedar bien con nuestros compañeros, y de sentir la dudosa satisfacción de ser recios. Constituye una falta de imaginación y de elemental inteligencia, sentido común y sano juicio.


La pretensión, síntoma de nuestra falta de recuperación, de convertirnos en juzgadores y catadores de sobriedad, lejos de edificar nuestra recuperación, nos infla el ego y nos hace frágiles, temerosos y balbuceantes en el camino de nuestra recuperación que es integración, buena voluntad, solidaridad y afecto.
Es cierto, que no podemos solidarizarnos con la deshonestidad, ni mucho menos ser aliados de la muerte, pero siempre debemos recordar, que a cada uno de nuestros actos debemos anteponer la buena voluntad, y que una práctica bastante sana es el tratar de vernos precisamente en el área que creemos que otros están fallando, con la más absoluta de las honestidades, para poder de esta manera, capitalizar lo negativo en nuestro beneficio mental y emocional. Seguramente, que en esta breve reflexión encontraremos comprensión y buena voluntad.

En el uso y abuso de la tribuna, en muchas ocasiones hemos hablado sancionando experiencias que nosotros no hemos vivido, evidenciando nuestro resentimiento por incapacidad, de hacer aquello que sancionamos. Es como si el enano le dijera al gigante de su altura, que es deformidad censurable, tratando de ocultar su misma deformidad, pero al revés, dos anormales deformes encontrándose defectuosos, el uno al otro, para deificar o idealizar el defecto que padecen. Es frecuente, que un compañero llame a otro mandilón, sin darse cuenta, que trae puesta la pantaleta.


Vale la pena pues, saber que la más sincera y honesta de las terapias, la más recia, es siempre a partir de uno, y que hay grandes diferencias entre catarsis, confusión y terapia.

Hay algo que nos motiva a dar la ayuda, algo que nos revela por dentro, nos inquieta y nos angustia, algo que nos impulsa y nos hace explotar en cataratas verbales, tratando de ayudar a algún compañero que a nuestro juicio, o a juicio de la conciencia, ha cometido una deshonestidad. Lo fundamental es, brindar la ayuda a alguien, para que no se vaya a beber, para que no cometa errores que le pueden costar la vida, para que los demás miembros del grupo puedan tomar conciencia de lo fatal que puede ser, seguir en la práctica de los viejos moldes; este impulso es también un deseo no identificado de cambiar, por el resentimiento a sí mismo y aun cuando no lo tenga consciente, por afecto hacia sus compañeros, y por amor y lealtad hacia su grupo. Parecería esto contradictorio con aquello, que hemos venido desarrollando al principio de este artículo, sin embargo, admitiendo esta contradicción, nuestro deseo es, encontrar el justo medio y apuntar a manera de contribución, nuestras modestas apreciaciones, pero insistimos, la injuria ciega, es cobardía.


Dependencias


Nada más dramático en la sintomatología de la enfermedad del alcoholismo que las dependencias emocionales. Dependemos de las cosas, dependemos de las personas; tenemos dependencias mentales, físicas, emocionales o sexuales, etcétera.
Definitivamente, la dependencia es el signo clásico de nuestra descompensación, la manifestación de nuestra debilidad e infantilismo.


La conciencia en nuestro proceso de recuperación, de este tipo de deformaciones, es harto difícil, generalmente, como en relación a todos nuestros síntomas, nuestra actitud, es la falta de aceptación y dependemos con toda esta parte enferma y grotesca, de nuestra manera de ser. Para ocultarlo, criticaremos y enjuiciaremos, la aparente dependencia que vemos con objetividad en otros, de la misma manera, que a nuestros propios ojos tratamos de ocultar, simular, disfrazar y justificar la nuestra.


Todos vamos teniendo oportunidad de descubrir las zonas oscuras de nuestra personalidad y hacer luz en cada una de ellas. Dependemos de todo y de todos, algunas de estas dependencias, podremos trascenderlas tomando plena conciencia de su existencia, identificándolas con toda claridad y trabajándolas a nivel catarsis, del análisis en nuestra comunicación en la tribuna que en un principio servirán para vaciar nuestro desagrado, nuestra neurosis como nuestra impotencia, quejándonos y culpando a nuestra dependencia del sufrimiento que nos ocasiona. Cuando nos cansemos de sufrir y realicemos un trabajo más serio, podremos superar esta problemática. Otras, las más recalcitrantes, significarán un verdadero escollo de nuestra evolución, tenemos que poner la más rigurosa honestidad, la súplica más fervorosa para trascenderla o aceptarla.

Ésta es una obsesión fija, acompañada de un profundo temor de enfrentar la vida sin el supuesto apoyo del cual dependemos. Nos damos cuenta de lo enferma de nuestra relación, sin poder liberarnos de ella teniendo la sensación de tener la soga al cuello en eminente peligro de ahorcarnos a cada intento de zafarnos de ella, la sola presencia de la persona de la cual dependemos nos hace sufrir en todos los niveles, físico, mental, con sensaciones somáticas, dolor de cabeza, taquicardia, etc. En este caso, es importante saber que la persona de la cual dependemos no tiene ninguna culpa de nuestro apego, tal vez ni siquiera sea responsable, que nada remediaremos con quejarnos de los aspectos de su personalidad que nos hacen sufrir, que el mal está en nosotros y la solución está en nosotros, que si recordamos que es simplemente una idea obsesiva acompañada de un morboso deseo de sufrir y de sentirnos víctimas, sabremos que lacerarnos o rebelarnos, buscar la autocompasión, no provocará en nosotros sino reacciones de conmiseración y de desprecio.


Lo único que puede atenuar esta masoquista actitud, es el no darle importancia y saber que la amplitud del horizonte, que es la vida, no puede sujetarse a una idea infantil cuanto perniciosa, que desgraciadamente esta actitud obsesiva vendrá acompañada del resentimiento, del desencanto, de la frustración y de una cadena interminable que concluirá con el autodesprecio. La obsesión más fuerte que tuvimos que padecer fue la obsesión por beber, ésta se fue sin lucha, solita, porque la pusimos en manos del que todo lo puede, de esta misma manera coloquemos nuestra relación enferma en manos de quien debe de estar y sigamos caminando.


Caso muy aparte, es cuando no deseamos hacer conciencia de nuestra dependencia, llegando a la simulación, juego de espejos para engañarnos y engañar, ocultar lo obvio, mirar con los ojos de nuestra dependencia, pensar con la mente de nuestra dependencia, sentir con los sentidos de nuestra dependencia, pero ocultándolo todo al tratar de hacer luz en esta parte oscura de nuestra conciencia, hacernos sombra con nuestro propio cuerpo para que permanezca en la penumbra esta deformación. En este caso recordemos que el que permanece inconsciente a su problema, no sufre, y que nadie puede crecer a estirones, ni aun, en el potro de castigo, no es este supuesto para que tratemos de ver en nuestro semejante más próximo la concreción de este caso, ante esta tendencia siempre es importante voltearse el dedo, cuando el autoengaño es volitivo, el disfraz caerá solo, la fuerza de la recuperación grupal lo deja a uno desnudo frente a los demás, aunque tenga escondida la cabeza, o se tenga la sensación de estar en el burladero, el trasero estará hacia el toro. Este plástico ejemplo de idea de la actitud del ocultador.


Siempre debe de tenerse en cuenta que las cosas por algo son y nadie, tiene derecho de arrear el paso de la recuperación de ningún compañero, la inflexibilidad es siempre para nosotros, para los demás es la comprensión y la buena voluntad. El verdadero crecimiento es un admitir humildemente nuestra falibilidad, así podremos tener la oportunidad de seguir creciendo , nuestra más grande virtud exhibida oculta nuestros más grandes defectos. Como seres humanos somos perfectibles, como alcohólicos anónimos buscamos una evolución constante, un crecimiento sostenido que solamente Él, puede darnos.


Echándole acción a la crisis

El disturbio –ese visitante inoportuno

De hecho, no podemos intentar siquiera hacer una clasificación de la crisis; ni ponerle calificativo alguno, grandes, chicas, ligeras, graves, etc., etc. En su generalidad, la crisis es derivada de un disturbio emocional, cualquiera que éste sea, ese importuno y molesto
pensamiento que de repente con motivo aparente o real, se introduce en nuestra mentecita y comienza a calar y a mover las profundidades de nuestro ser, rompiendo la precaria tranquilidad en nuestra recuperación.


Durante muchas 24 horas no podemos identificar el “disturbio emocional”, somos en realidad todo disturbio. Los compañeros califican este estado individualizándose como ser un disturbio con patas, nadie puede con una mente errática, compulsiva, fantasiosa, impulsada por movimientos instintivos, primarios, totalmente descoyuntados; llena de temores de todo tipo, todo esto que nos hace sentirnos como una licuadora. En estas condiciones que han prevalecido durante casi toda nuestra vida, ¿cómo poder identificar el disturbio emocional? Es cuando la mente se va tranquilizando, cuando se ha realizado un Cuarto Paso, cuando podemos hablar de disturbios emocionales, algo que llega a perturbarnos, antes no, puesto que nada puede perturbar al perturbado. Cuando esa perturbación comienza a bajar de nivel, es cuando detectamos lo que significa un disturbio emocional que cuando se agudiza, nos hace caer en una crisis emocional. El ingrediente fundamental de estos estados es “EL MIEDO”, para trascender la crisis, los compañeros han ideado toda una serie de fórmulas, trucos, etc. Lo más sencillo está en “LA ACCIÓN”, no podemos regodearnos en nuestro sufrimiento, paralizarnos por el temor y llenarnos de conmiseración y de depresión, este lujo no nos lo podemos dar, los enfermos alcohólicos, puesto que ineludiblemente, como preludio de nuestro sufrimiento, se encuentra la botella.


Burlón es en verdad ese travieso pensamiento que se apodera de nuestra mente como un visitante molesto e inesperado, que llega para perturbar la calma de nuestro hogar.
En el llamado mundo de afuera, al disturbio se le da el nombre de preocupación, es decir, un sufrimiento anticipado de los acontecimientos, un sufrimiento anticipado de los hechos reales, un preámbulo torturante de lo que se cree, va a acontecer. Existe la pre-ocupacióln, porque debemos y creemos que nos van a embargar, que podemos perder la libertad, etc., etc. Existe la pre-ocupación, cuando la compañera está embarazada y comenzamos a sufrir por la sanidad del producto y a veces a llorar la muerte anticipada de la compañera. Si esto es en el mundo de los normales, ¿cómo reaccionará nuestra mente en los alcohólicos, generalmente invadidos por el temor?


La pre-ocupación es lógicamente de mayores dimensiones, una distorsión total de la realidad y así, si el alcohólico debe, no nada más piensa que lo van a embargar, a meter en la cárcel, sino que ve a sus hijos pidiendo limosnas, vendiendo billetes de lotería, etc. etc. Si su compañera está en estado de gravidez, sufre anticipadamente por la sanidad del producto, pero al mismo tiempo se llena de sufrimientos de culpabilidad, desarrolla toda una película en torno al sufrimiento del ser enfermo, puede ser que hasta llore su propia muerte. Esta pre-ocupación, es decir, una ocupación o invasión anticipada de nuestra mente, se puede convertir en verdadera crisis, llegarán las sensaciones a nivel físico, la angustia, la parálisis y toda una experiencia de negatividad.


LA MANERA DE TRASCENDER ESTE SUFRIMIENTO ES DEJAR DE OCUPARNOS DE NOSOTROS MISMOS, una sustitución real de inquilinos en nuestro coco, ponernos en disposición de escuchar juntas, de observar cómo le están haciendo los demás, de trabajar con el nuevo, en fin, de moverse para sacudir el piojero. Difícil situación ésta para quien está paralizado por el terror, para quien está aferrado a su propio sufrimiento. No puede pedir nadie dejar de sufrir viendo la televisión en casa, no puede pedir nadie en plena crisis, todo disturbiadote, limpiar su mentecita, jugando la pelota con sus niños en Chapultepec. No se puede jugar el papel de “papá gallina”, lleno de “pepeyotes” (animalitos parecidos a los piojos o ladillas de los seres humanos), que aniden en las aves, principalmente gallinas cluecas. La única manera de dejar de sufrir es simple y sencillamente


“DEJANDO EL SUFRIMIENTO, ENFRENTANDO EL HECHO REAL CON OBJETIVIDAD, CON VALOR, CON REALIDAD. SI TODAVÍA NO SE ESTÁ EN TIEMPO DE TENER ESTA ACTITUD, SIÉNTESE Y ESCUCHE, DEJE DE HACERLA DE PEDO, ESTÉSE TRANQUILO Y DEJE QUE EL PODER SUPERIOR RESUELVA TODO, DÉJELO OPERAR EN USTED, EN SU CIRCUNSTANCIA, DÉJELO ENTRAR EN SU VIDA, CONFÍE REAL Y VERDADERAMENTE SU VIDA Y VOLUNTAD EN ÉL QUE TODO LO PUEDE, SI NO QUIERE, “SIGA SUFRIENDO”.


Sin encontrar nada...


Una de las experiencias iniciales nos produce de inmediato la visualización de otra dimensión; la sensación de haber encontrado “una gran veta” y que marca la primera luna de miel con el programa de ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, con nuestro grupo y con nuestros compañeros, esa sensación de estar viviendo en un mundo aparte, privado y único, cuya efectividad vivenciamos rápidamente, llenándonos de fuerza, de decisión y hasta de un aparente conocimiento de la “naturaleza humana”, no es más que un pequeño anticipo de lo que puede ser la sobriedad.


El camino más largo, lleno de experiencias, de sensaciones, de movimientos, de dudas, de incertidumbres, etc., etc. La euforia que al principio enmarcó nuestra militancia, esa disposición de servir, ese impulso de pertenecer, puede en muchos casos, terminar de repente.

La nube rosa se extingue, lenta o violentamente, a su término todos los instintos se rebelan, es como si se hubiera salido de una gran borrachera, en positivo, y la resaca es la primera gran crisis en nuestra militancia, superada ésta, seguiremos caminando, tal vez ya no con la euforia del principio, pero sin embargo, nuestro paso será firme; algo acontece a cierto tiempo indeterminado de nuestra militancia, comenzamos a sentir el tedio y el desencanto nuevamente nos invade la indiferencia, sentimos que ya no avanzamos, que no hay ningún cambio en nosotros y surge la frase de “NO ENCUENTRO NADA EN EL GRUPO”.


El temor fue el ingrediente principal de nuestras primeras 24 horas de militancia; temor a beber, temor a la muerte, temor a la locura, temor a la cárcel, temor a perder el hogar, temor a la carrera desenfrenada de actos ingobernables, cada vez más vergonzantes o cada vez más peligrosos. Esta asechanza se va extinguiendo, aparentemente entramos en un periodo de calma, la neurosis va bajando de nivel y es en ese momento, en que como un despertar aletargado, a través de nuestra mirada cansada e indiferente, comenzamos a añorar parcialmente la vida activa. Los gérmenes neuróticos, deseos insatisfechos, volverán a aguijonearnos, el egocentrismo sutilmente se irá apoderando de nuestra mente, a nuestro alrededor veremos que nuestros planes de autorrealización se han ido al cesto de la basura, la derrota que en un principio habíamos aceptado, se convierte en una carga, nuevamente vivimos la sensación de fracaso, de frustración, de desencanto, de rebeldía sorda, de esterilidad, de conmiseración y “no encontramos nada”.


¿Qué es lo que ha acontecido? Inconscientemente esperamos tal vez una recompensa para nuestro egocentrismo al nivel de nuestra vieja escala de valores, “sexo, poder y dinero”. Estos objetivos estarán tal vez más lejanos, ¿esperamos mayor recuperación de la que tenemos? La idea que mediante nuestra militancia íbamos a sufrir una transformación para adquirir la fuerza “sojuzgadora”, que siempre deseamos tener, se ha venido abajo; el deseo de ser campeones de espiritualidad, al mirarnos con la óptica de la realidad, en nuestra pequeña estatura de seres defectuosos, nos produce desencanto. Las herramientas del programa las comenzamos a hacer a un lado, nos invadimos de nuestra pequeñez y los descubrimientos iniciales se nos hacen pedrería de poca calidad, desaparece la emoción de abordar la tribuna, la emoción de la coordinación, la maravilla del apadrinaje, la aventura de los servicios, estamos en el pozo.


La vida espiritual es de una renovación constante, renovación de cada 24 horas, búsqueda como actitud permanente, porque la felicidad nadie la puede vivir por nosotros, la tenemos al alcance de nuestra mano, estamos en ella, pero caminamos vendados, ciegos, sin poder ver el nuevo día, sin poder concientizar que somos nuevos en la vida, con una nueva forma de ser, de pensar, de actuar, tenemos que acostumbrarnos a una nueva visión del mundo, que tenemos que encontrar en las cosas que llamamos “simples y sencillas”, la auténtica felicidad, no lo perecedero, no aquello que nos produce apego y sufrimiento, no la ilusión de los sentidos o la satisfacción de los instintos, sino algo más perdurable, algo más real, algo más sencillo, como la amistad -¿nos hemos dado cuenta de lo que significa estar rodeados de amigos?- de hombres de buena voluntad, de lo que significa vivir, en ese mundo en donde no hay intereses mezquinos, ni sexo ni importancia, en ese mundo único de amor, que esto es un real y auténtico regalo, que no tenemos necesidad de traer las bolsas llenas de pedrerías, porque sabemos que la veta de verdaderas piedras preciosas se encuentra a nuestro alrededor, todo un regalo, si tenemos la capacidad para ubicarnos y disfrutarlo, para limpiarlo diariamente, para gozarlo cada 24 horas, para visualizarlo en cada momento, la humildad para saber que el Poder Superior no es una palabra ni un adorno sino nuestro verdadero amigo, vivo, actuante en nosotros, con nosotros, en una nueva visión del mundo, con horizontes amplios, con cielo despejado, arriba del smog, más allá de nuestra pequeña circunstancia, en el amor, en la permanente bendición que ÉL nos otorga.
 

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