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Cómo somos y por qué sufrimos
No somos lo que creemos ser. No somos como nos miran los demás. Las cosas no son como las vemos. Las circunstancias no son como las creemos. Porque en nuestra perspectiva existe un desajuste mental que desvía la percepción de lo real.
Efectivamente, en el corto periodo de 24 horas, nos hemos llegado a ver de innumerables maneras; ahora nos vemos apuestos y seguros y a la hora siguiente nos vemos como la viva imagen de la conmiseración; ahora nos podemos ver decidores, seductores, etc. y otra vez, nos vemos sin ningún atractivo personal y hasta despreciables; ahora nos vemos inteligentes, listos y a otra hora nos vemos torpes. Unas veces vemos las circunstancias que nos rodean, favorables, facilitas, nuestra mente comienza a fabricar con esta base, proyectos, ilusiones, fantasías, y de repente, como las pompas de jabón, todo esto se esfuma ante nuestros ojos, y las circunstancias parecen cambiar violentamente, nuestro mundo se llena de asechanzas, surgen los temores, la tensión, la angustia, el insomnio, primer eslabón de una cadena de movimientos emocionales y mentales que nos llevan de una hora a otra, de un día a otro, sin haber cambiado absolutamente nada a nuestro alrededor, al desencanto y a la conmiseración. Definitivamente, tenemos una manera mórbida de ver las cosas, es como si hubiéramos perdido la capacidad de ver nuestra realidad y la realidad que nos circunda, todo lo vemos a través de nuestros movimientos emocionales, a veces con un exceso de optimismo y otras con un exceso de pesimismo y negatividad.
A nuestra bajada de la nube rosa, vamos descubriendo una mentalidad negativa, llena de temores, de miedos profundos y descoyuntados, que se convierten en muchas ocasiones, según el grado de nuestro deterioro mental, en verdaderas torturas, muchos hay que son atosigados por verdaderos fantasmas sacados del mundo infantil, temores totalmente infundados, situaciones totalmente inexistentes, en algunas ocasiones hasta visiones aterradoras, el “coco” de nuestros años infantiles nos comienza a aterrar.
Es posible que el panorama no sea tan severo, tal vez tendremos miedo a la muerte, miedo a la locura, y hasta que tengamos la sensación de vivir en este estado de locura; otras ocasiones, los fantasmas del ayer se levantarán amenazantes y nos invadirán de angustia, todo esto no es más que el estar tocando fondo, o mejor dicho, concientizando nuestro fondo mental y emocional. El tiempo es el mejor aliado para estos movimientos de conciencia. Pero fuera de esta etapa y ya una vez trascendida, de continuo caemos en los garlitos de la mente, a veces con el pretexto de una información negativa, de una frustración o simple y sencillamente, y la mayor parte de las veces, en la pura imaginaria. No nada más sufrimos por lo que pensamos de nosotros, sino por aquello que creemos que los demás piensan de nuestra persona; sufrimos por nuestras actitudes, pero también sufrimos por las actitudes que creemos ver en aquellos que nos rodean, somos prontos en el juicio, rápidamente elaboramos todo un drama, toda una historia dantesca, que nos llena de angustia y muchas veces (el colmo), aún a sabiendas que no estamos sino fabricando nuestro sufrimiento. Los ñañarosos físicos (hipocondriacos) creerán encontrar cáncer en cualquier dolorcito de cabeza; hay en muchas ocasiones una abierta predisposición al sufrimiento. Si descubrimos casualmente que un hijo en edad adolescente ha atrasado su hora de llegada, tendemos a pensar que sufrió un accidente, que perdió la vida, que anda en el pedo, etc. Si se trata de una hija, tal vez imaginaremos hasta su violación. En nuestras relaciones interpersonales a veces nos vemos como salvadores y otras como víctimas, a veces victimarios y otras victimados, a veces agradecidos y otras rebelados, a veces llenos de amor y contentamiento, y otras de amargura y resentimientos, en fin, que somos víctimas de ese morboso, cuanto descompuesto aparato que se llama mente, pero a pesar de irla conociendo, frecuentemente nos volverá a jugar la misma trastada –todo es problema de recuperación- y en el proceso podemos ir detectando, cuán inútil e infructuoso fue nuestro sufrimiento, cuán falto de contenido real fue el disturbio, que llegó a perturbarnos tan seriamente. En esta vivencia nos daremos perfecta cuenta que nada acontece, sino es con la voluntad del PATRÓN, pero cuán fácil nos olvidamos de que ÉL hace todas las cosas, mientras no permitamos que el Poder Superior entre de lleno a nuestras vidas y nos hagamos a un lado, renunciando a ser el centro de nuestro universo, seguiremos fondeando, llenos de temores y el disturbio será compañero en todo momento.
La mayor parte de las veces este tipo de movimientos viene por una absoluta falta de fe, por una fe de poca calidad o porque dejamos de tener la mente puesta en el Poder Superior; claro que no es posible que el PATRÓN nos conceda toda una sarta de caprichos infantiloides tendientes a saciar nuestros instintos descoyuntados, nuestros deseos insatisfechos, pidiéndole por ejemplo, que nos ayude a trascender nuestra timidez para satisfacer nuestra lujuria, nuestra inseguridad para satisfacer nuestra avaricia o nuestra inclinación a la importancia. El mundo del egoísmo, es un nivel en el que muchos nos quedamos; ubicados, en esta dimensión siempre estaremos expuestos al sufrimiento. Nuestra sutileza mental nos hace creer en muchas ocasiones, que hemos alcanzado la derrota y con ella la franciscana humildad, y muchas de estas veces, no estaremos haciendo más que un hábil juego de espejos, el huevón siente que está derrotado en su avaricia, y en este opuesto solapa y esconce su defecto y lo disfraza de virtud. El avaro juzga y sanciona al lujurioso, pretendiendo haber alcanzado grados de recuperación extraordinarios, porque él no tiene esa tendencia, aprovecha de paso para convertirse en decidor cuando en realidad es un verdadero impostor. La danza de los siete velos que atribuían a Salomé, es juego de niños en comparación con la danza de las cobijas en nuestra recuperación. Trágico es, cuando esta manera de autoengañarse se hace en cierta forma colectiva, esto es cuando varios cobijados se reúnen para cobijarse más y quemarse incienso, el uno al otro, en muchas ocasiones hasta conscientes de su deshonestidad.
La impermeabilización al sufrimiento no es más que otra manera más de autoengañarse. El pretender poner pasarelas o puentes para evadir la realidad de nuestra recuperación, es síntoma de esa gran habilidad para defender nuestra enfermedad, y así de repente una inofensiva información sobre nuestro trabajo, nuestro hogar se cuela y hace estallar la contenida catarata de disturbios y de angustias. No hay pues más que tratar de trascender nuestro egoísmo, en fórmulas por demás sencillas, elementalmente trabajar con el nuevo, poner la mente en el grupo y confiar en la voluntad de DIOS.
Con el tiempo nos damos cuenta, de que PARA NOSOTROS, tan dados a berrear por el “mundo de afuera”, no hay más que un solo mundo, que no podemos tener dos actitudes diferentes al mismo tiempo, buena voluntad dentro del grupo y no muy buena voluntad fuera del grupo. Cuando se nos dice: “LO PRIMERO ES LO PRIMERO”, ES EN PRIMER TÉRMINO, ARREGLAR NUESTRO MUNDO INTERIOR, BUSCAR LA PAZ DENTRO DE NOSOTROS; RECORDEMOS QUE EL BEN JUEZ POR SU CASA EMPIEZA, PRIMERO “EL REINO DE DIOS”, LO DEMÁS... LO DEMÁS VENDRÁ POR AÑADIDURA... LO QUE TENGA QUE VENIR.
Los colgajos de nuestra mente
Primera parte: Ese impedimento
En la jerga terapéutica del MOVIMIENTO 24 HORAS DE ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS ha ido surgiendo una terminología rara, pero muy comprensible para todos nosotros, los militantes, y así, llamamos colgajo a una forma negativa de enfocar la realidad, a un impedimento que paraliza nuestra acción, a un deseo de colgarnos en el sentido exacto de la palabra, de otro ser humano al grado de no dejarlo caminar. Colgado es el pequeño, molesto e inoportuno sujeto que se abraza a las pantorrillas para no dejarnos caminar, es el niño que se pasa jaloneando al padrino o compañero identificado con el de las valencianas, exigiéndole a nombre de la buena voluntad y de la humildad (palabra que algunas veces usamos indiscriminadamente), atenciones, afecto, en ese deseo de despertar la conmiseración, de aparecer ante todos como víctima, en esa fantasía gris de nuestra mediocre manera de vivir. Colgado es el labregón, a quien tienen que cargar compañeros de menor tiempo en algunos casos.
Es en realidad el colgajo un vicio de nuestra mente, una manera negativa de reaccionar, nacida del temor, del egoísmo y de la falta de fe, un lastre mental que nos impide ver con claridad y accionar con rapidez, una mórbida manera de masoquearnos, un disfraz depresivo y agobiante que surge de manera espontánea, en algunos casos de manera imperceptible, una actitud mental negativa que previa a cualquier acción, nos hace rechazarla so pretexto de gozar de nuestra comodidad o de nuestro confort. En el momento en que alguien nos da un servicio, la mente colgada nos susurra: “pero no tienes coche”. Si hemos tomado la decisión de levantarnos temprano a correr o hacer ejercicio, la mente colgada nos susurra: “hace mucho frío”, “te duele la garganta”, “te duele la cabeza”, “no dormiste bien anoche”, etc., etc. Si se trata de desplazarnos hacia algún servicio, la mente colgada nos susurrará también cositas chistosas, nos pondrán todo un cúmulo de pretextos y se entronizará la más negativa de todas las actitudes, “la justificación”.
La mente colgada siempre espera un pretexto para columpiarse, así si un ahijado haciendo cara de lástima, ha estado con algunos malestares físicos, pero siente que no son tan graves como para no esta en el grupo, y su “padrinito” le apapapacha su malestar, el ahijadito tenderá a colgarse incluso contra su voluntad a exagerar su fondeo, pensando que de esta manera logrará cierto grado de atención. Obviamente que terminará encharcado en la conmiseración y con toda una gama de colgajitos. El colgajo es una manera infantil de regocijarse con el sufrimiento, que cuando uno es niño, se conocían con el nombre de chiqueo, o se llamaba chipiloso al sujeto que lo practicaba.
Colgado es el que llega a su casa a molestar a su compañerita, pidiéndole un tecito, curándose con ella, colgado es aquel que vive en un quejido, se queja de malestares físicos, de fondeos económicos, de que se le descompuso el coche, si lo tiene, es decir, que la mente genera una serie de justificaciones e impedimentos para “no hacer”, para negarnos la vida, para paralizar nuestra acción, no necesariamente se expresa la justificación, el colgajo es una actitud mental, más bien se piensa la justificación, es una tendencia hacia la pereza, una sugestión continua de derrotismo (que no es derrota).
Segunda parte
En nuestra manera equivocada de vivir enfocamos generalmente las cosas bajo el supuesto del temor, efectivamente, el temor y nuestro profundo sentimiento de importancia, síntomas de nuestra endeblez emocional, son el común denominador de esa terrible impedimenta que conocemos con el nombre de colgajos; nuestra mente es fértil para los pensamientos negativos, influencias negativas e informaciones negativas. Empapada de miedo, la mente contamina todo pensamiento, paraliza toda acción, nos hace sentir inseguros, para ocultar este mecanismo, nos llenamos de justificaciones, buscamos culpables, evadimos la realidad y comenzamos a “darnos tono”, como sentirnos importantes enunciando una acción que tal vez nunca llevaremos a cabo, buscando de antemano la justificación, para no hacerla o para aminorar la frustrante sensación del fracaso.
Durante toda nuestra actividad alcohólica sentimos la inseguridad en cada uno de nuestros actos, desde el más nimio hasta aquel que se pudiera clasificar de importante, sentimos el acoso de nuestra propia mente, acusándonos por esa misma inseguridad, vivimos la frustración, el resentimiento hacia nosotros, la conmiseración y el deseo de escapar a esa atormentadora sensación de debilidad. El alcohol nos proporcionaba los medios de la evasión, ocultaba convenientemente nuestra realidad y el autoengaño, sustituía ésta con toda una gama de autojustificaciones, evadiendo nuestra responsabilidad, nuestro sentimiento de culpa, buscando a los culpables de nuestro fracaso.
En nuestra militancia, esta sutil manera de evadirnos no logramos detectarla fácilmente, puesto que de alguna manera nos causa grado de “aliviane”, pero a la larga descubriremos que es un lastre que no nos permite crecer y madurar.
Los colgajos obvios son fáciles de detectar, actitudes intrascendentes, producto de nuestra mente infantil. Como quiera que sea, en nuestra bebetoria adoptamos cierta pose de adultos, nuestro egocentrismo nos evitaba que tuviéramos actitudes niñas, sin embargo en nuestra militancia de repente, durante un buen trecho de nuestra recuperación, actuamos como verdaderos bebés que se niegan a crecer y permanecen plácidamente colgados en las valencianas del padrino o en el regazo de la madrina.
Colgado es todo aquel que se niega a crecer y permanece en actitud de niño chiquillón.
El colgajo va matando nuestra voluntad de crecer, va debilitando nuestros impulsos más auténticos, por trascendernos, va enquistando toda una serie de vicios mentales que nos impiden una acción constructiva, una actitud de cooperación, etc.
En muchas ocasiones hemos escuchado en la tribuna, el sufrimiento manifestado por una compañera en relación a la dependencia para con su compañero, o viceversa, y generalmente se manifiesta un estado de conmiseración con fuertes tendencias depresivas culpando a la contraparte o a las circunstancias de nuestras sensaciones desagradables o de nuestro “infortunio”. La realidad es que deseamos sufrir, deseamos inspirar conmiseración y mórbidamente empezamos a lacerarnos, a darnos con el garrote de la ira. En realidad, el desajuste que causa nuestro malestar, no debería de tener importancia y en momentos tomamos conciencia de que nos sentimos profundamente inseguros, seguimos tendiendo a minimizarnos y a llenarnos de profundos sentimientos de inferioridad, actuamos como “la niña fea”, que piensa que si se le va su mazacote, no volverá a hacerla, situación que seguirá prevaleciendo mientras está niña no tome conciencia de que el problema de aceptación es de ella y de que una vez que se logre aceptar como simple ser humano, el hecho de cómo la vean los demás, no tendrá importancia; la respuesta a este colgajo es un breve autoanálisis, para darnos cuenta que no existe fondeo, sino un voluntario deseo de conmiserar y conmiserarnos. En el mundo de afuera, si alguien sufre por x, lo más seguro es, que lo comiencen a pobretear y a justificar su sufrimiento; nosotros pensamos que nadie tiene derecho a sufrir, aunque siempre habrá justificación para hacerlo, esto es, que el sufrir y no sufrir, está en nuestra voluntad, todo depende de nuestro modo de enfocar las cosas y de enfrentarlas en última instancia.
El colgajo es una manifestación pura de nuestro egoísmo, una falta de consideración a nuestros semejantes, un abuso a la disposición y buena voluntad de los demás, un impedimento en nuestras relaciones interpersonales que nos obstaculiza el asociarnos de manera libre, espontánea y grata.
EL COLGAJO LÓGICO
Desde nuestra llegada a Alcohólicos Anónimos se nos da la consabida sugerencia de NO HACERLE CASO A NUESTRA MENTE, PUES ES AQUÍ EN DONDE SE ENCUENTRA EL MEOLLO DE TODO SUFRIMIENTO, nuestro problema de vivir a nivel mental, es que en cada momento la mente nos mangonea para un lado y para otro, y es sorprendente, cuando la podemos observar, la lógica impecable con que aparentemente reacciona. Esta situación es más manifiesta cuando se trata de tomar decisiones, cuando nos encontramos en el dilema, cualquiera que sea, la importancia de la decisión desde comprarnos ropa, divorciarnos, rentar una casa, etc., etc., independientemente de nuestros temores alertados por informaciones, insinuaciones de las “buenas conciencias” del mundo de los normales. En realidad, nuestra indecisión es originada por el temor, esta manera mórbida de atormentarnos nos lleva en muchas ocasiones a la paralización total; esto es, por supuesto, en aquellos casos en que se supone que existe ya un poco de sano juicio, porque para nosotros durante nuestras primeras 24 horas y hablamos de años, no era posible ni siquiera visualizar alternativas de decisión, porque nuestra mente era un caos, como si de repente al entrar a militar a un Grupo 24 Horas, se hubieran roto las bridas que controlaban la locura y mil y un disturbios se dispararon en un determinado momento, como si la cuerda se hubiera reventado y obviamente en esas condiciones, estamos total, absoluta y definitivamente inhabilitados para tomar decisión alguna. El principio del sano juicio es la conciencia de nuestra locura o cuando menos de nuestra inhabilidad para ver con claridad las
cosas, sobre las que tenemos que tomar la decisión, en primer término la maleza de nuestra naturaleza neurótica, temores, resentimientos, envidia, reacciones hipersensibles, vienen a constituir un primer obstáculo y luego en las ocasiones en que aparentemente estos obstáculos han desaparecido, nos enfrentamos a una mente lógica, pero contradictoria.
En estos casos, todo análisis del pensamiento está invalidado. No queda más pues que la guía del Padrino y poner en manos del Poder Superior, es decir, mientras el ingrediente espiritual esté por abajo de nuestro raciocinio, estaremos expuestos no nada más a fallar, sino a paralizarnos en la decisión.
Es muy importante tener claro que no nos podemos exigir infalibilidad, porque éste es el principio de la indecisión. ¡IMAGÍNENSE A UN DESVIADO MENTAL, PRETENDIENDO TOMAR DECISIONES PERFECTAS!
Una vez tomada la decisión, es importante no volver la cara para atrás, porque el alcohólico se arrepentirá y se llenará de sentimientos de culpa, aun cuando la decisión tomada sea la buena. ¿Qué manera de masoquearnos, verdad?
LA CONMISERACIÓN, ESA TENTACIÓN
¿Quiénes no hemos sentido deseos de que se nos brinde apapacho, de despertar la conmiseración de los demás, hasta en las cosas más nimias?, ¿quién no ha tenido la tentación, cuando nos preguntan, cómo estamos o cómo sigues, o cómo te fue el día de hoy, o qué tal el trabajo, sobre todo si traemos algún fondeíllo, de exagerarlo al máximo, para lograr cierta discutible admiración conmiserativa? El problema es que este aparente inofensivo colgadillo, nos va a llenar de conmiseración y de depresión. EL REMEDIO PARA EL COLGAJO ES CONCIENCIA Y BUENA VOLUNTAD PARA TRASCENDERLO, Y SOBRE TODO LA PRÁCTICA DE NUESTROS PRINCIPIOS ESPIRITUALES.
La magia del espejo
La conciencia de nuestra enfermedad, la hemos logrado a través de ver nuestra vida reflejada en la vida de nuestros compañeros. Esto es, cada uno de nuestros compañeros tiene en su historial, en su vida, un alto contenido de nuestra propia vida.
Aunque lejanas, permanecen frescas nuestras primeras experiencias, cuando a través de nuestros compañeros en repetición continua, fue despejándose nuestra nublada conciencia para vivir en el recuerdo nuestros sufrimientos por nuestra manera de beber. Esto que es de una simplicidad verdaderamente elemental, constituyó en sí un serio obstáculo por esa predisposición a aceptar nuestra verdad. Por la defensa de nuestro alcoholismo a las gradas de la locura y de la muerte, porque los “castos y virginales” oídos del alcohólico se niegan a aceptar cualquier palabra que rompa el encanto de su autoengaño, de la mentira, que ha cubierto la realidad de su vida, de la fantasía, que ha entretejido a su alrededor, para no verse descubierto en su infinita pequeñez, en su trágica ilusión, extasiado en la locura de sus sueños se incomoda ante quien pretenda hacer la más leve rasgadura a su coraza, así el rechazo a las primeras experiencias de nuestros compañeros, fue a la par que enérgica, angustiosa. Todos los niveles de conciencia fueron sorprendidos in fraganti con la primera gran verdad “IMPOTENTES FRENTE AL ALCOHOL”. Una sola frase había cimbrado y descuadrado la fachada con la que creíamos llegar a un grupo de ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS.
Efectivamente, de manera minuciosa y a nivel de historial recibimos el regalo de nuestros compañeros para hacer conciencia de nuestra vida; el sufrimiento de la cruda,
la fase más superficial de nuestro sufrimiento, la más leve, sudores, fríos y calientes, vómitos, arqueos, miedo, mucho miedo, el delirio auditivo, poco detectable, porque en ocasiones fue hasta grato seguir escuchando, ya solos, la música, las carcajadas, la plática y en ocasiones, a nivel como de recuerdo, fijar la mente en este pasado inmediato, abstrayéndonos del momento de sufrimiento, para regocijarnos en el recuerdo idiotizante de las locuras de la borrachera. El delirio sensitivo, una serie de sensaciones que van desde piquetes, sensaciones de adormecimiento, sensaciones de que se nos pegó la garganta, sensación de estar totalmente intoxicados, como de estar completamente llenos de mocos, sensación de que se nos va a parar el corazón o que nos va a estallar, hormigueos, cosquilleos que nos llenan de inquietud, palpitación de sienes, brinquitos, etc., etc., delirios visuales, pesadillas, apariciones fantasmagóricas, etc. Pudimos concientizar nuestros sentimientos de culpa, siendo que el alcohólico se siente culpable hasta de haber nacido, culpable de causar la muerte de algún ser querido, culpable de que mamita llorará por sus borracheras, se enfermará por ellas y como buena madre mexicana, lo hubiera llegado a maldecir con las bonitas frases de “las lágrimas de una madre se pagan siempre”, o “primero conociste madre que esposa”, o “pero todo lo vas a pagar”, etc., etc., culpable por haber hecho sufrir a su compañerita o compañerito en la inteligencia de que cuando caemos en este estado conmiserativo vemos a todos como blancas palomas y a nosotros como asesinos del ring.
Concientizamos nuestras dependencias, esa tendencia brutal a aferrarnos a algo o alguien, a apoyarnos en él, a cubrirnos con él, a meternos con él, al grado de nulificarnos, porque al fin de cuentas llegamos a vivir a través de nuestra dependencia; concientizamos nuestro fracaso ante nuestra vida. Después vinieron los ahijados y a través de ellos pudimos ir viendo muchas de las cosas que se nos perdieron en el nivel de la conciencia, aunque esto tampoco es fácil, dado que nuestra enorme capacidad de ver con relativa facilidad los defectos de los demás, nos impide detectar rápidamente por reflejo nuestras propias fallas, sin embargo con un poco de conciencia podemos ver a través de las fallas de nuestros ahijados nuestras propias fallas y en muchas ocasiones notamos sorprendidos, que estamos dando una sugerencia que bien podríamos aplicarnos a nosotros, dado que también es característica nuestra estar prontos para decirle a otro lo que debe hacer, haciendo cortina de humo en lo que nosotros debemos aplicarnos, “exigentes para los demás y sumamente complacientes en lo que respecta a lo nuestro”. PORQUE PARA NOSOTROS HA SIDO INVENTADA “LA JUSTIFICACIÓN”, ESA MÓRBIDA ESTRATEGIA QUE NOS PERMITE A BASE DE PARCHES, EVADIR NUESTRO SUFRIMIENTO CUANDO CONCIENTIZAMOS DE MANERA CASI ACCIDENTAL, ALGÚN PEQUEÑO PROBLEMILLA PROPIO DE NUESTRA PERSONALIDAD ENFERMA, ASÍ EL HUEVÓN PENSARÁ QUE SE ESTÁ APLICANDO LA DERROTA, EL DEPENDIENTE DE SU COMPAÑERITA ESTÁ PRACTICANDO LA INTEGRACIÓN FAMILIAR, EL RESENTIDO RAZONARÁ SU RESENTIMIENTO Y ENCONTRARÁ MIL JUSTIFICACIONES PARA SU AMARGURA, ETC., ETC., LA VERDAD ES QUE NO PUEDE HABER JUSTIFICACIÓN PARA SEGUIR SUFRIENDO.
A pesar de esto, tarde o temprano aprovecharemos este reflejo en el apadrinaje, máxime cuando nuestros ahijados o compañeros de militancia comienzan a despertarnos sensaciones de molestia, de rechazo, reacciones neuróticas, angustiosas, etc. Es decir, que su actitud o su conducta de alguna manera están hiriendo la parte sensible de nuestra personalidad, vale la pena rascarse cuando se siente comezón.
Este reflejo se manifiesta a nivel tribuna, cuando con vehemencia queremos cambiar en otro aquello que no hemos podido cambiar en nosotros, a mayor violencia, mayorreflejo, hasta los balaceadores habituales tiran el disparo a su defecto que lleva el compañero, al que balacean.
Hemos visto que en materia de espejos, los hay de todas clases, tipos y tamaños, los hay cóncavos, convexos, fieles, aquéllos que nos hacen ver deformes, si somos gordos, nos hacen ver flacos, si somos flacos, nos hacen ver gordos, etc., etc. De igual manera es en muchas ocasiones nuestro reflejo en la recuperación, nos vemos en el historial de otros, pero como cosa superada y podemos exclamar con audacia, que el compañero a quien escuchamos, “está muy enfermo”. Siempre que exista una sensación de molestia, de rechazo, de neurosis en relación a otro ser humano, vale la pena buscarnos nosotros, tal vez encontremos algo que no hayamos detectado.
La búsqueda de la fe
Aparentemente los alcohólicos somos el prototipo de la autosuficiencia, en alguno de los vericuetos de nuestra existencia, fuimos extraviando los principios de fe que seguramente intentaron enseñarnos nuestros mayores.
Efectivamente, la mayor parte de nosotros nos rebelamos contra la existencia de algo superior, pretendimos manejar nuestra vida a nuestro antojo y por obvias razones, sin tener que dar cuentas a nadie de nuestros actos. Sabedores de nuestras fallas, jamás pudimos admitir censores, críticos, opinadores, etc., etc. No es precisamente el enfermo alcohólico, ejemplo de docilidad, rebelde por naturaleza, llevando la inconformidad a cuestas, pretendimos erigirnos en seres autosuficientes, sabelotodos y desde la altura de nuestra prepotencia creímos posible, no solamente manejar nuestra vida, sino la vida de otros seres humanos.
Nuestra cultura de oídas, que es generalmente la que tenemos todos los alcohólicos, nos daba argumentos para polemizar sobre todo tipo de temas y parábamos nuestras posaderas, negando la existencia de DIOS.
En el fondo el alcohólico es atormentado de continuo, por su propia conciencia, voz persistente y molesta que taladra nuestro organismo y nuestro cerebro, generadora de nuestros sentimientos de culpa y acusadora permanente de cada uno de nuestros actos, en los momentos de la angustia, de la depresión, en donde no era posible acallar la voz de la conciencia, cada uno de nosotros, farsantes irredentos, esbozamos el inicio de una oración o llenos de temor y desconfianza, llegamos incluso a hacer solicitudes descabelladas para la satisfacción de nuestros caprichos, o para saciar nuestros instintos descoyuntados. Tracaleros espirituales, tratamos de entrar al cambalache con el propio Poder Superior, rehuimos toda oportunidad de hacer un trato serio con nuestro Poder Superior por concebirlo como un Dios castigador, que despertó siempre profundos temores por nuestros actos cometidos, o bien, porque nuestro temor a ser víctimas propiciatorias de los demás, nos ponía a la defensiva de cualquier cambio que implicara que nos volviéramos “buenos”, palabra en la que jamás creímos y que identificábamos con la de “hipócritas”, y porque aun teniendo noción de lo que significaba, siempre identificábamos el calificativo de bueno con el de retrasado mental, conformista, dejado, débil, barco, engañado y hasta corneado. Toda nuestra rebeldía se hacía patente cuando nuestra teoría se confirmaba y escuchábamos: “qué perenganito de tal, tan buen padre, tan buen esposo, tan trabajador, su mujer lo corneaba”, “qué a perenganita de tal, tan mujercita, tan de su casa, tan buena madre, tan devota, y su marido la engaña y la madrea, cada vez que llega pedo”. Defensores de causas ajenas e imaginarias, en las que pretendíamos vernos, si dejábamos de estar alertas, acrecentábamos nuestra desconfianza e incrementábamos nuestra rebeldía.
El fondo de cada uno de nosotros nos hizo sentir que el camino había terminado, que la batalla estaba perdida, en un instante se derrumbó, nuestra prepotencia, nuestra aparente fortaleza y nos vimos indefensos, impotentes y desamparados. No hay nada más dramático que el tomar conciencia de nuestra devastadora debilidad, tal vez en estos momentos cada uno de nosotros quisimos apelar a DIOS, unos lo hicieron, otros negaron que lo hicieron, a los más, los invadió el miedo y tal vez en una petición balbuceante, pedimos la ayuda que necesitábamos.
CAda uno de los que llegamos a un grupo de A.A., somos provistos de una buena dosis de fe, aun cuando no concientizamos este hecho, pero de alguna manera, un rayo de esperanza pudo penetrar en la granítica coraza de desconfianza y de temor, para quedarnos en un grupo de A.A. Afortunadamente, EN NUESTROS GRUPOS YA NO HAY DISCUSIONES NI POLÉMICAS INÚTILES, SE VA SIEMPRE AL MEOLLO DEL ASUNTO, JAMÁS NOS DETENEMOS A ARGUMENTAR CON UN ASPIRANTE O CON UN NUEVO. Sabemos por nuestra propia experiencia que cualquier intento de convencimiento, cualquier mínimo reconocimiento, hará crecer su importancia y se agarrará de cualquier argumento para fortalecer en su miedo, la defensa de su enfermedad. Por eso, jamás tocamos esos terrenos, el mensaje simple y sencillo: Quieres dejar de beber, éste es el lugar. Quieres seguir bebiendo, las cantinas están abiertas. LAS DUDAS LAS ACLARAN LAS JUNTAS, EL QUE SE VA A IR, SE VA A IR CON ARGUMENTOS O SIN ELLOS.
Hemos observado que principalmente aquellos que llegamos más autoengañados, cargando nuestro disfraz ya que aparentemente conservamos al llegar alguna situación dentro de la sociedad, somos los más reventados, del género de los que quieren saber y deseen hasta ser convencidos. Nada más perjudicial que alimentar el sentido de importancia de este tipo de enfermos, que si bien es cierto, todos llegamos ampulosos y pueriles, los de esta clase venimos deformes hasta los linderos del ridículo, y atrás de nuestra aparente formalidad, “comedimiento, decencia y educación”, está una mente torcida, errática, maquineísta, muy, muy enferma.
Pese a todo, es evidente que la fe nos ha sido dada, el curso de nuestra recuperación, la conciencia de nuestra debilidad, despertarán de repente un deseo irrefrenable de satisfacer la necesidad que cada ser humano tiene de creer en algo. Tal vez entremos en confusiones, tal vez querramos meternos a DIOS por la boca, hasta que lleguemos a la frustración por el hecho de no “sentir la fe”. Un buen día, nos damos cuenta de que todo a nuestro alrededor respira fe, de que ésta es un acto voluntario que despierta nuestra capacidad de confiar, sentimos que los temores se van ahuyentando, las angustias se van esparciendo, el resentimiento se va diluyendo, nuestra inclinación por las cosas sencillas se va haciendo clara y evidente, la sensación de desamparo, de indefensión va siendo sustituida por una razón de vida, la sensación de vacío y de inutilidad va teniendo contenido cada 24 horas, nuestra ancestral rebeldía va siendo reemplazada por actos cada vez más convincentes, la pelea con nuestra propia mente va cesando, esta atmósfera es una atmósfera de fe, presidida por DIOS, para quien lo quiere, para quien lo necesita, para quien ha rendido su vida, para que se haga en ella la voluntad del PODER SUPERIOR.
Nuestras depresiones
Tal vez no se aventurado afirmar, que la mayoría de los enfermos alcohólicos padecemos fuertes tendencias depresivas. Si nos damos oportunidad de analizar nuestro historial desde este punto de vista, veremos la manifestación de esta tendencia en muchas actitudes del pasado y como una serie amenaza de nuestra sobriedad en el presente. Es natural, que personas como nosotros que no tuvieron la capacidad de aceptar su circunstancia personal y la circundante, atosigadas siempre por el miedo y la inseguridad, entrarán de continuo, a nivel consciente o no, en diversos grados de depresión.
Muchos compañeros han manifestado que pudieron detectar esta tendencia en etapas demasiada tempranas, como al niñez y que se agudizaron en el periodo adolescente. LA DEPRESIÓN ES LA NEGACIÓN DE LA VIDA, SIEMPRE LLEVA COMO ANTECEDENTE LA FRUSTRACIÓN Y LA CONMISERACIÓN. Efectivamente, con frecuencia caímos en depresión por imaginar que no éramos apreciados en el hogar paterno, por tener la sensación de que éste nos proporcionaba la seguridad que nosotros pretendimos obtener en esta edad básicamente para nuestra integridad personal; sufrimos depresión ante las primeras dificultades en nuestro aprendizaje o aquellas que afloraron en nuestras incipientes relaciones interpersonales, cuando sentíamos la agresión de nuestros compañeros de escuela o de juegos, cuando sentíamos el rechazo de nuestras primeras amistades, desarrollándose al mismo tiempo nuestro deseo de quedar bien, de lograr a como diera lugar, la aceptación y el afecto, y desde entonces, el temor a relacionarnos con otros seres humanos, que pudieran victimarnos de alguna manera, la rebelión del instinto hizo que se manifestaran nuestros primeros rasgos neuróticos, reacciones violentas y en algunas ocasiones francamente histéricas. La imposibilidad de vencer estas dificultades nos llevaba al mundo de la imaginación, de la fantasía, tratando de evadir nuestra realidad, en algunas ocasiones convirtiéndonos en chicos introvertidos, huraños y misántropos, en otras, en seres desconfiados y temerosos, resentidos y confundidos. Culpamos de estas experiencias a nuestros padres y es en este periodo, en donde detectamos que somos diferentes, que no somos iguales a los demás seres humanos, aun cuando muchos tomamos actitudes rebeldes y pendencieras para revalidar nuestra debilidad que vamos descubriendo, esa imagen real que comenzamos a odiar, porque va en contra de nuestro concepto de hombría y virilidad. Esta lucha entre o que pretendemos ser y lo que somos, va haciendo que comencemos a confrontar nuestras primeras tendencias depresivas. La mujer no está exenta de estos síntomas; cuando siente el rechazo de sus compañeros, de sus maestros, comienza a rebelarse en contra de la madre (su relación natural), aparecen los primeros berrinches, sus primeros intentos de chantaje emocional (negarse a comer, encerrarse en su recámara), comienzan a salir los inventos de enfermedades para no ir a la escuela o a los lugares en donde se siente rechazada, etc., etc.
El periodo adolescente va acentuando esas características y tal vez en esta etapa aparezca el alcohol, su virtud desinhibidora nos da la sensación de trascender la angustia y la depresión, surge la fiesta, el autoengaño, la fantasía, aunque en muchas ocasiones en la cima de la euforia, un extraño mecanismo nos baja a la conmiseración, a la depresión, muchos disfrazamos esta sensación y la ahogamos en alcohol, es más evidente (la clásica borracha o borracho llorón).
Nuestra vida girará en torno de éxitos y fracasos, efímeros triunfos, alegrías y rápidas bajadas a la conmiseración y a la depresión. Si encontramos compañeros o compañera, comenzamos a sentir seguridad, euforia, el mundo toma sentido y nuestro desganado deseo de vivir, por momentos empieza a tener contenido, pero al presentarse problemas, al empañarse nuestras frágiles relaciones, por nuestra inseguridad (celotipia, complejos de inferioridad, sentimientos de superioridad), o porque creemos que merecemos algo mejor (ya en pleno autoengaño), comenzamos a ser fáciles víctimas de la frustración y de la conmiseración. Al haber encontrado el elixir que todo lo diluye, vamos de una borrachera a otra, tratando de escapar de esa sensación de inutilidad, de vacío, de desencanto, de soledad, de desamparo, de fracaso, en fin, de depresión. Al principio, seguramente la borrachera no será producto de una decisión consciente, sino que se presentará como circunstancial, motivada por reuniones, compromisos, encuentros con amigos, etc. Llegará el momento, en el que el enajenarnos con el alcohol será plenamente consciente, como un escape de la realidad que no nos gusta, del mundo que nos aprisiona, nos tortura o simple y sencillamente al que somos indiferentes o despreciativos.
La vuelta de una borrachera siempre traerá de la mano la depresión y lo que en un principio fueron flashazos, se irán haciendo estados más prolongados en la misma proporción en que va avanzando nuestra enfermedad, hasta llegar el momento en que el alcohol no sea más que un pobre paliativo y sintamos el impulso de una enajenación total, de romper con todo, irnos a donde no hay nada, sino otras sombras que pululan en su baldío, porque baldío es el interior de cada alcohólico, que ha perdido el significado de la vida, la fe, la esperanza, la voluntad, se van diluyendo en la nada como el último sarcasmo de su enfermedad.
La llegada a un grupo de A.A. en nuestros inicios hará que desaparezca drásticamente nuestra depresión, como si esa vieja bruja se hubiera cansado de atormentarnos, sin embargo hará su aparición en nuestras primeras crisis, pretenderá colgársenos al cuello en cada oportunidad. La depresión está en nuestra mente, negando a cada momento nuestra voluntad, nuestra posibilidad, nuestros deseos de vida, está en nuestro temor de enfrentar la realidad, máxime cuando ésta no es de nuestro agrado, está en el disturbio emocional que no tiene realidad ni contenido, está en el deseo de renunciar a la vida, manifestándose en cualquier pretexto desde las primeras horas de la mañana, cuando nos aconseja no levantarnos, en nuestros disturbios tempraneros, en ese lapso entre abrir los ojos y levantarnos, cuando se agolpan todos nuestros temores, cuando los espantajos toman formas de realidad, cuando la fantasía negativa aprovecha nuestro estado de semiconciencia, cuando por un momento no quisiéramos vivir, cuando nos tortura la evocación de un pasado inmediato y cruel, cuando aparecen todos los duendes, de los miedos del alcohólico, todas las dudas, un instante que es definitivo para nuestras 24 horas , el primer instante del día, donde debemos poner en juego toda nuestra voluntad, toda nuestra fe, por precaria que sea, tomar conciencia que no estamos solos, de que todos están con nosotros, tener conciencia de que no es más que un síntoma, algo pasajero, una reacción morbosa de nuestra mente enferma, pero sobre todo, que DIOS está con nosotros.
Vive y deja vivir
El respeto, nuestra mejor contribución
Para un alcohólico que tiende a involucrarse en todos los ajos, nada hay más difícil que la práctica del respeto al sufrimiento ajeno. Muchos nos quejamos en la tribuna de la mala cara de nuestra compañera o compañero, de las malas conductas de nuestros hijos e hijas, del novio o marido de nuestras hijas o a la inversa de nuestros hijos, de los malos modos de mamá o de papá, de nuestros amigos o de las circunstancias, del mundo; por eso, nuestros compañeros nos sugieren respetar a los demás. Es posible que nuestra compañera o compañero estén naturalmente resentidos por los años de nuestra actividad alcohólica, que a pesar de que muchos hayamos acumulado algunas 24 horas militando, se sigan suscitando algunos movimientos en nuestras relaciones para con ellos. Es posible que nuestros seres queridos confronten sus propios problemas, de trabajo, de movimientos con sus hijos, con sus familiares, de las enfermedades propias de su sexo en su asistencia de cada 30 días o en su retiro, que exista el deseo de mover un poquito a su alcoholiquín o alcoholiquita, porque ¿por qué nada más van a sufrir ellos? ¿Por qué el alcohólico no va a sufrir?
Nosotros en nuestra actividad alcohólica y en muchas ocasiones hemos tenido las mismas reacciones, SABEMOS QUE EL QUE ESTÁ SUFRIENDO, DESEA QUE SUFRAN TODOS, PERO FUNDAMENTALMENTE AQUELLOS CON LOS QUE TIENE UN MAYOR O MENOS GRADO DE DEPENDENCIA. ¿Por qué pues, nos extrañamos cuando llegamos a ver a mamacita que nos haga un reproche, de que la tengamos abandonada o de que los otros hijos son más comedidos que nosotros, o franca y abiertamente nos llene de neurosis o escenifique su conmiseración? ¿Por qué pues, hemos de extrañarnos que cuando más eufóricos llegamos a nuestro hogar, sintamos el hielo y la indiferencia de nuestra compañera, si nosotros estamos llenos de contentamiento, por qué ella reacciona así? Nos preguntamos de continuo, ¿por qué, si hemos estado insinuando nuestro romanticismo, nos dan con la puerta en la cara? Es aquí, en donde el respeto tiene pleno derecho a sufrir menos nosotros, que todos pueden atascarse de conmiseración menos nosotros, recordemos que DEBEMOS SER PROFUNDAMENTE RESPETUOSOS DEL SUFRIMIENTO DE LOS DEMÁS, PORQUE HAY QUIENES LES ENCANTA SUFRIR Y CUANTAS VECES HEMOS INTENTADO EVITARLES EL SUFRIMIENTO, RECIBIMOS AGRESIÓN. Es probable que nos contagien de sufrimiento y lo más curioso es que, EN CUANTO EL ALCOHÓLICO COMIENZA A SUFRIR, AUTOMÁTICAMENTE EL SUFRIMIENTO DE LA CONTRAPARTE DE CONVIERTE EN REGOCIJO. Muchas veces, EL MÓVIL DEL DENGUE, ES MOVER AL ALCOHOLIQUÍN, la mente alerta y el respeto a la mano, son las herramientas para este tipo de actitudes.
Desde el inicio de nuestra militancia, se nos insiste, en que estemos el menor tiempo posible en el hogar, para evitar que nuestra tendencia a meternos en todo, a conmiserar a nuestros seres queridos, a recibir atenciones o apapachos, a dar nuestras doctas opiniones, a lograr el interés en torno a lo que llenos de importancia estamos diciendo, inclusive por la euforia de nuestra propia militancia, para que todo esto no nos llene de frustración nos puede mandar al pedo y que sobre todo en nuestras primeras 24 horas (1 a 2 años), estamos hipersensibles, confundidos, endebles y todavía no existe del todo el sano juicio. Cuando éste se comienza a manifestar, al alcohólico ya no le interesará estar pegado y menos, tener actitudes de padre ejemplar. ¿Por qué no pues, iniciar nuestra práctica de respeto, metiéndonos al grupo? y nos evitamos el ponernos malotes, por lo que a nivel doméstico acontece. Si el alcohólico está en su hogar, estará expuesto a fungir como bacín o a sentirse a nivel proveedor, a que todo el mundo le exija y a que todo el mundo le tire, porque a fin de cuentas, un trebejo es un trebejo. ¿Qué tiene que meterse el alcohólico en que sus hijos vean la televisión? ¿Qué tiene que hacer en su casa el alcohólico con los novios de su hija? ¿Con la novia del hijo? ¿Con la familia de la compañera? ¿Con lo que va a comprar la compañera? ¿Con chiles y cebollas? ¿Qué tiene que hacer en su casa el alcohólico? En fin, que cada quien se la lleva como pueda. –Pero no sufras-. Y si sufres, no bebas. Recuerda la máxima, si tu problema tiene remedio, ¿por qué sufres? Si tu problema no tiene remedio y quieres sufrir, mejor chupa.
Nuestra comunicación defectuosa
Uno de los obstáculos más serios en nuestra vida de relación con los demás, es nuestra falta de capacidad o inhabilidad para lograr una comunicación auténtica: En la actividad alcohólica por nuestro deseo de ocultarnos, por nuestra necesidad de camuflajear nuestra naturaleza, por nuestra mitomanía derivada de lo mismo, por estar sumergidos en esa atmósfera de autoengaño y de locura que envolvía como esferas las escenas disparatadas y deformes de nuestra bebetorias.
En el inicio de nuestra recuperación, por nuestra imposibilidades de ver la realidad, nuestra tendencia a distorsionar a niveles subconscientes, por nuestro deseo de cuidar la imagen, por nuestra desconfianza a nivel consciente. Los que llegamos muy enfermos, nuestro problema es el maquineísmo, esa retorcida forma de pensar, esa enorme habilidad para maquinar la manera de esconder la verdad, de evitarnos el sufrimiento, de enfrentarla, etc., etc. A nivel interpersonal incluso aquellos que presumimos de tener tiempo, encontramos muchas trabas para nuestra comunicación: porque se interpone la emoción, el temor, la desconfianza, nuestro deseo de sacar ventaja, nuestro deseo de quedar bien, nuestro deseo de que sea aprobada nuestra conducta, nuestra tendencia a manipular, nuestra propensión a atraer conmiseración, el querer darnos importancia, el actuar siempre a la defensiva, el querer proteger incluso nuestro estado emocional, esto es el deseo de no enterarnos de cosas feas, el deseo de que otros asuman la responsabilidad por nosotros, nuestras ancestrales exigencias hacia los demás, nuestra inseguridad, nuestra timidez, etc., etc., etc. Todo lo anterior nos impide comunicar.
Sin embargo, en nuestra militancia tenemos la oportunidad de trabajar a fondo nuestros resentimientos, que es uno de los obstáculos de la comunicación sana, que nos lleva a generar angustia y cualquiera de sus manifestaciones ante la sola presencia de aquel, con que estamos resentidos. Concientizamos así, que el resentimiento es contra nosotros mismos, por nuestra endeblez, por nuestras reacciones infantiles y grotescas, por nuestra falta de aceptación, de las circunstancias que no pudimos trascender y que implicaron sufrimiento; tenemos oportunidad de trabajar nuestros temores, sobre todo el temor de ser víctima de los demás, nuestra falta de seguridad, reacción eminentemente egocéntrica que encuentra campo fértil y distorsiona nuestra realidad, trabajar nuestra exigencia hacia los demás que nos conduce a la frustración, ese sentimiento que nos genera agresión y rabia, cuando las cosas no salen como nosotros deseamos. Tenemos la oportunidad de trabajar nuestra mitomanía, nuestra soberbia que nos llevó incluso al aislamiento total, que nos impedía acercarnos inclusive a cualquier persona o conjunto de ellas para pedirle la hora, para preguntarles dónde está el baño, porque el alcohólico es capaz de hacerse antes que preguntar, esa horrible sensación de que se nos quebrara la voz en el momento más inoportuno, que se nos trabaran las quijadas o que se aguangara a la voz en los momentos en que queríamos quedar mejor, nuestro temor al ridículo, todo lo que nos impidió o nos impide una comunicación espontánea y auténtica. Como todos los problemas que confrontamos, lo básico es concientizar nuestro problema, nuestra aceptación como seres humanos limitados y falibles, nuestra buena voluntad para poder convivir en su momento con aquellos que nos rodean, nuestra ubicación en el mundo de los contrastes para no sufrir por las acciones de otros, incluso ni por las nuestras, ya que hemos puesto nuestra vida y nuestra voluntad al cuidado de DIOS.
Un ingrediente importante para nuestra comunicación es la sencillez y la autenticidad. A muchos de nosotros nos costó trabajo la comunicación directa por nuestro deseo de ser
apreciados por los demás, por el temor que nos juzgaran mal, porque aparentemente no queríamos lastimar a nadie, por pretender vivir en un mundo, en donde se dijera que el alcohólico era muy bueno. Por esto, nuestra dificultad a decir que no, nuestro temor permanente a quedar mal con los demás, cualquiera que fuera su posición social o económica, nuestra incapacidad para poner un poco de energía en caso necesario, pues el alcohólico en su deseo de quedar bien, fue en contra de sus propios intereses, de su propia integridad personal y familiar, de la razón de sus seres queridos, pues todo era supeditado al interés del alcohólico de sentirse admirado, estimado, o simple y sencillamente a la cobarde manera de enfrentar su relación interpersonal.
NADIE MEJOR QUE EL ALCOHÓLICO PARA COMPRAR LO QUE LE VENDAN, SOBRE TODO SI YA ESTÁ ADENTRO DE LA TIENDA, EL ALCOHÓLICO ES CAPAZ DE COMERSE LA MOSCA DE LA SOPA, PARA NO MOLESTAR AL MESERO, DE DEJAR MAYOR PROPINA PARA EVITAR QUE SE HABLE MAL DE ÉL, DE TRAGARSE HASTA LO DESCOMPUESTO CON TAL DE NO MOLESTAR A SU ANFITRIÓN, CAMPO SIEMPRE PROPICIO PARA EL ABUSO Y LUEGO A SENTIRSE VÍCTIMA, A RUMIAR SU FRUSTRACIÓN Y SU AMARGURA.
Por esto es inapreciable la comunicación en el grupo, recordemos que nuestro grupo es un gimnasio, el lugar de nuestros ensayos, nuestra asistencia y práctica, la utilización de las herramientas y EN ESTE CASO EL SERVICIO, NUESTRA DISPOSICIÓN DE TRASCENDERNOS Y... DIOS HARÁ EL RESTO.
Nuestra mente morbosa
Una de las muchas características de nuestra desviación mental es la morbosidad de nuestra mente, una manera enfermiza de pensar, hemos recogido en nuestras correrías alcohólicas y aún antes de iniciarlas, para muchos de nosotros desde la edad infantil, una información distorsionada de la realidad, en el proceso de selección que creemos que todos los seres humanos tenemos. Los alcohólicos escogimos lo más negativo, lo más sucio, lo más miserable, en el ejemplo más obvio, no creíamos en DIOS, pero nuestra mente infantil se torturó con la imagen del diablo, o sea, que existía en muchos antes de hacer contacto con el alcohol, un impulso a tomar lo más negativo que nos ofreció la vida. De continuo escuchamos a nivel tribuna la morbosidad en el área sexual, que no es sino una faceta de todo ese cúmulo de morbosidad del que estamos impregnados cuando llegamos a ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, sobre todo ese deseo de masoquearnos con nuestros propios pensamientos manifestados en dudas, en temores, proyectados en imágenes ante cualquier información que cimbra y promueve una mórbida manera de ver las cosas. Tenemos necesidad de refritear los hechos más negativos y perturbadores que encontramos en nuestro camino, regodearnos y encharcarnos en lo miserable.
Así, si presenciamos un accidente, queremos retenerlo en nuestra mente a nivel imagen, con deseos de sufrir, si lo comentamos no tenemos en ello la actitud de saneamiento que debe anteceder todo acto catársico, sino el deseo de darnos importancia, de llamar la atención, de buscar la conmiseración, es posible, como suele suceder que el hecho en sí, nos importe un bledo, trátese de lo que se trate, así sea la muerte del ser que decimos más querer; el proceso es simple, el disturbio inicial puede ser un reproche de la mente, acusándonos de no sentir nada, esto nos lleva a que conscientemente busquemos “sentir algo” después del comentario, fingiendo incluso que estamos sufriendo, después al refriteo, al encharcamiento, a la conmiseración, a la
depresión, por no podernos quitar de la mente, hasta a nivel película aquello que nosotros mismos hemos creado; ese deseo de despertar, de atraer la conmiseración en todo momento, nos hace terminar conmiserados. Esta manera equivocada y torcida de ver las cosas es producto de una pobre vida espiritual, de un absoluta falta de fe, de una pretensión de vivir en el estadio más oscuro que nos ofrece la vida, en el mundo de las sombras. Es posible que ni siquiera hayamos sido testigos presenciales del hecho que nos escuece, que fortuitamente hayamos recibido la información, ésta se haya convertido en disturbio y haya prendido la mecha a la explosión de una carga de negatividad, contenida surgiendo en nuestra mente imágenes y temores, dudas, incertidumbres, sospechas, sensaciones que nada tienen que ver con la información recibida. Así la información que se inicia, con el enterarse que alguien conocido cercano se encuentra enfermo, puede llevarnos en nuestra disparatada manera de digerir la información a concluir que se nos puede morir nuestro hijo, nuestra madre , que nuestro dolor de muelas infectó al maxilar, o que DIOS no existe.
A veces sin siquiera el pretexto de la información negativa, en nuestros momentos plácidos de ociosidad, viendo la televisión o leyendo el periódico, o cuando estamos como idos, sin saber que hacer y un juguetón, cuando inoportuno pensamiento nos dice –“¿Y si tu mujer te engañara?” o bien nos acusa y nos dice, -“Toda tu vida has sido un inútil”, o bien –“Ya es tiempo de que eches acción al trabajo”, o bien, como a nivel recuerdo, -“Qué mal te trataron en tu casa”, o bien alguna información recibida en el curso del día y que de momento nos tragamos sin chistar, y de repente aflora al nivel consciente y dispara el disturbio y salta el resentimiento, en fin que tal parece que estamos inmersos en un mar de negatividad. Esto proseguirá, mientras tengamos la mente ociosa y mientras no nos preocupemos sino de nosotros mismos, mientras nos neguemos a trascender la mediocre y oscura dimensión en la que vivimos, mientras nos neguemos a ver la luz, mientras seamos mendigos de felicidad, ayunos de alegría, mientras sigamos alimentándonos de amargura en el pequeño mundo de “nuestras cosas”, aun cuando a cada minuto descubramos lo inútil de nuestra existencia, aun cuando a cada minuto detectamos la impostura en cada una de nuestras actitudes, aun cuando empavorecidos nos demos cuenta de nuestra falta de contenido como seres humanos, aun cuando lleguemos a la conclusión que lo único que aprovechamos del programa es el hacer catarsis y nuestra precaria militancia, teniendo nuestra mente en los deseos descoyuntados de pompa y poderío, en la pretensión siempre frustrante de recobrar la hacienda que nunca tuvimos, la imagen de jefe de familia que ni siquiera podemos concebir, mientras sigamos dándole crédito a nuestra mente enferma, mientras creamos que pensamos, mientras seamos incapaces de confiar, de creer y de vislumbrar un mundo diferente, mientras nos conformemos con nuestros pensamientos chicos, mientras seamos incapaces de aceptar que somos HIJOS DE DIOS.
La subsistencia de los grupos de Alcohólicos Anónimos
El primer reto con el que nos enfrentamos a nuestra llegada a los GRUPOS DE ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS es el problema de adaptación.
Efectivamente, el enfermo alcohólico, en cualquier grado de su enfermedad, tiene una escasa o nula capacidad de adaptación, pero fundamentalmente en tratándose de relaciones humanas, de pertenecer a cualquier grupo o sociedad, están de por medio nuestros complejos de inferioridad compensados con un profundo cuanto ridículo sentimiento de superioridad, nuestros prejuicios, ideas deformadas por el temor, la
frustración y el resentimiento, que nos imposibilita a creer en la buena voluntad de otros seres humanos. EL ALCOHÓLICO NO CREE NI EN LO QUE VE; su soberbia, su tremenda timidez, su mitomanía, en fin todo lo que obstruye una sana comunicación y consecuentemente una sana relación con nuestros compañeros.
Egocentrismo e hipersensibilidad son factores que determinan en muchos casos nuestro abandono o permanencia en un grupo de A.A. Por todo esto creemos que el quedarnos en un grupo de A.A. es un verdadero desafío a nuestra raquítica capacidad de adaptación.
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